Hay pocas voces con capacidad para hablar de la crisis desde una posición no contaminada por el propio discurso de la crisis. Una de ellas es la de Paul Krugman, que días pasados, con esa forma tan anglosajona de defender una causa de forma dubitativa, abogaba en el fondo por reforzar la apuesta europea, comunicando entre sí los riesgos de los países dentro de la Unión, a cambio de ceder de modo pleno a ésta su soberanía económica y fiscal.

O sea, Europa se hace cargo de la deuda, pero también se hace cargo de la dirección de la economía. Llevar a cabo algo tan sencillo requiere mucho valor: por parte de los países endeudados, para entregarse, y por parte de los más saneados, para hacerse garantes de sus deudas.

Pero sobre todo requiere mucha fe en que de verdad Europa sea un barco navegando en la crisis, y no una flotilla de pequeñas naves que habían aprendido a pescar juntas.