En casa somos recicladores numantinos, resistentes y convencidos. Separamos la basura como un instinto. Vamos, que si una compostadora no fuera insalubre en un tercero sin ascensor en medio de la ciudad, habría una bien hermosa en algún espacio al efecto.

Las mañas, es lo que tienen, se le meten a uno en la sesera y, aunque cambiemos de hogar en vacaciones, al Sur, por ejemplo, se nos comen las carnes si echamos un envase de yogur junto a una botella de cristal. Parece como si los dioses de la naturaleza nos mirasen ceñudos.

En vacaciones se producen toneladas de residuos, aunque se trate de una familia nuclear (nuclear de núcleo, no de energía). Pero hete aquí que vamos en busca de los contenedores y cuál es nuestra sorpresa: ¡no encontramos ni uno solo de plástico, ni uno!, ni en Playa del Inglés, ni en Maspalomas. Hay que ir al punto limpio, que no está mal, pero tiene su horario y requiere del uso del coche, que contamina más que no reciclar tres garrafas. Es muy difícil convencer a los no concienciados si las administraciones no ponen de su parte. Son amarillos, grandes y tienen dos agujeritos. Digo, por si a alguien se le ocurre ponerlos.