Una cosa es predicar y otra dar trigo. El PP planea emprender una gran reforma fiscal cuando llegue a

La Moncloa (ya casi nadie dice "si llega a La Moncloa"), pero no aclara en qué dirección. Los datos ofrecen pocas alternativas: la recaudación se ha hundido siete puntos del PIB y el impuesto de sociedades es un pozo seco porque las empresas no dan beneficios. Para llegar al objetivo de déficit de 2012 (del 4,4%) sería necesario un ajuste tres veces superior al de mayo de 2010, que tan caro está pagando el PSOE.

Con lo vigente, las comunidades autónomas están volviendo de las vacaciones con anuncios de recorte de hasta el 20%, pero difícilmente van a poder soportar un tijeretazo suplementario, y sin embargo, la estructura del gasto público español convierte en casi imposible no revertir cualquier restricción a las autonomías, que gestionan casi el doble que la administración central.

Con la mayoría de gobiernos autonómicos en sus manos, y Andalucía en lista de espera, para el PP la decisión va a ser de tipo global: recortar el gasto o aumentar los ingresos, y con el objetivo de déficit menguante, los ingresos provienen de la fiscalidad. Pero, ¿de cuál? La receta tradicional del PP había sido que impuestos bajos estimulaban la economía y permitían aumentar la recaudación, pero hoy ya nadie duda que nuestro crecimiento depende del contexto internacional, "La economía española no va a rebrotar a corto plazo y nos va a costar mucho esfuerzo volver a crecer al 2%", ha dicho el presidente de la patronal, Joan Rosell. Quien, además, se ha apuntado a la nueva moda de los patronos que piden subir los impuestos a las rentas más altas.

En el PP se habla de "repartir los costes de la salida de la crisis". Probablemente, no sabremos el cómo hasta después de las elecciones; concretar demasiado en estos temas equivale a señalar con el dedo, y eso es malo para las urnas. Ni Rosell ni el PP son partidarios que reanimar el impuesto sobre el patrimonio, y el de sociedades está atenazado, por lo que solo quedan el IVA, los especiales y el de la renta.

IVA e impuestos especiales son los menos redistributivos, pero tienen efectos recaudatorios inmediatos. En cuanto al IRPF, su reforma admite mil matices: jugando con tramos, tipos, desgravaciones y deducciones se puede variar mucho el reparto de la carga. En su primer mandato, Aznar ejecutó una reforma tras la que el conjunto de las mayores rentas disminuyó su participación en el total recaudado, mientras sucedía lo contrario en el otro extremo. Rodrigo Rato era el vicepresidente económico; ahora se le vuelve a ver por donde se debate el programa de gobierno de Rajoy.