Hubo un tiempo en que el 98% de los contratos firmados cada mes en las Islas eran temporales. Un tiempo en el que la inestabilidad laboral era una premisa de vida comúnmente aceptada. Ocurría que hoy tenías trabajo y mañana, como mucho, a la providencia de tu parte. Las plantillas no eran equipos sino conglomerados de personas felices durante un mes y acongojadas en el segundo y último de la relación contractual. Nunca llegaban a tomar posesión de un puesto que no podían considerar suyo y no daba el tiempo para que el conocimiento del medio les hiciera acreedores de estima por su aportación de mejoras a la cadena de producción.