Entrevistaban al futbolista Ibrahimovic, cuando jugaba en el Barça, respondía con los apasionantes tópicos de costumbre ("lo importante es el equipo", "intentaremos ganar", "no sé si marcaré", etcétera) y, por fin, creyendo apagados cámara y micrófono, un periodista le hizo saber al gigante sueco que llevaba roto el cuello de la camisa. El delantero se lo miró, le dio un fino repaso con la mano y sentenció con una sonrisa: "¿Roto? Esto es estilo, amigo". Esto es estilo, deben de pensar muchos que hablan en los medios. Viven en el engaño de que ellos son quienes crean ese estilo que tal vez les suene refinado, cosmopolita, políglota, el copón de la baraja, sin darse cuenta de que nadie habla así, de que no crean estilo sino que lo pudren, de que les pasa lo mismo que a Sancho Panza, quien "todas o más de las veces que quería hablar de oposición y a lo cortesano, acababa su razón por despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia".

A propósito de unas jornadas gastronómicas que celebraban el gran ceremonial de la matanza del cerdo en no recuerdo qué plaza, preguntaba un locutor a una de las organizadoras sobre los platos que iban a servirse, el dónde, el cuándo, el cómo, el porqué, y la charla transcurría sosegada e informativa. Pero, de pronto, el entrevistador sintió la llamada del estilo, acaso porque le pareciese que tanto hablar de vísceras menoscababa su decir. Fue entonces cuando aquella buena mujer, seguro que nerviosa de hablar por la radio, que contestaba a la llana y a quien todos entendíamos, se encontró con la siguiente pregunta, con el siguiente vómito de estilazo: "¿Qué nos puede decir de esos diez platos que se preparan en base a la temática del evento?" Como una heroína fetén, acertó la pobre a responder con un "¿Eh?", y ya hizo mucho, que yo me hubiese quedado en mortal silencio tratando de desentrañar qué demo-nios sería cocinar no sólo "en base a la temática", sino "en base a la temática del evento".

El entrenador de fútbol Juan Manuel Lillo tiene fama de ser hombre de florido verbo avaldanado. También transcurría sosegada e informativa la charla que en la tele mantenía con dos periodistas. Tanto es así que ni siquiera recurría el técnico a las frases que lo hicieron célebre, como aquel enigmático "no hay que marcar en zona, hay que vivir en zona" con que arruinó la carrera de unos cuantos defensas que olvidaban el marcaje del contrario por el agobio de discernir qué coño quería de ellos su preparador. Como acababa la interviú y no había mucho titular que echarse al cuerpo, uno de los dos preguntantes sintió asimismo la llamada del estilo. Preparó la cosa con balbuceos que indicaban rumor mental duro: "Bueno, ehhh, quisiera hacerle una pregunta compleja, comprometida, ehhh, una pregunta a bocajarro". Me agarré a los brazos de mi sillón, temiéndome la catástrofe, afiné el oído, y escuché sin parpadear: "¿Es usted maquiavélicamente perfeccionista?" El que parpadeó fue Lillo, quien, como no podía ser menos ante tan colosal disparate, respondió con lo normal en semejantes momentos de tribulación: "No; bueno, sí; no sé", porque a ver quién es el hércules, el titán que sabe qué quiere decir esa pregunta, esa humareda de estilo putrefacto, redicho y que nada significa.