Cuánto tiempo y dinero se pierde en las Islas en majaderías y empecinamientos. Como la famosa bandera de Gran Canaria que colocó Soria en la Fuente Luminosa. Digan lo que digan sus detractores sus 'únicos' handicaps fueron el precio de la instalación, 300.000 euros, y aproximadamente un diez por ciento anual en asistencia técnica, y los efectos del aire en movimiento. El problema es que unos informes alertaban del riesgo de desprendimiento, tras un par de incidentes que dieron con la enorme tela, 300 metros cuadrados, en los carriles de la Avenida. El arriado hasta mejor proveer decidido por el PSOE se convirtió en un agravio para la derecha, que lo planteó como una ofensa, simbólica, a las esencias grancanarias. Ganó el PP y formó gobierno en el Cabildo y quizás la primera decisión fue volver a izar la enseña. ¿Y qué pasó? Pues que las prevenciones de los socialistas eran ciertas: la ventolera del lugar, que tan bien conocen los regatistas de la vela latina, constituía un peligro en determinadas circunstancias: cuando no hay calma chicha.

Es una metáfora; viento que viene viento que va; lo que trae el viento, el viento se lo lleva. El viento se ha llevado toda una estúpida polémica, los agravios supuestos a Gran Canaria, el robo de la sombra del Nublo. Al final, como dice Obama para justificar el impuesto a los ricos, "no es lucha de clases; son matemáticas". El PP guardará la bandera hasta que se vaya el viento, o sacará la tijera y ensayará sus famosos 'recortes', y aquí no pasa nada, porque llevarle la contraria a la brisa marina conduce a la melancolía, y a la afonía.

¿Y lo de la variante de Bañaderos? Es uno de los ejemplos paradigmáticos de hasta qué punto la terquedad frena el desarrollo justo en los peores momentos. Como enuncian las leyes de Murphy, la tostada siempre cae al suelo por el lado de la mantequilla. Hace más de una década que se sabía que el trazado alternativo no iba a salir adelante, y que tampoco era la única solución para desarrollar la costa, en otras palabras, para crear un urbanismo 'ad hoc' en el litoral. En una isla, que por razones ajenas a su voluntad está rodeada de agua por todas partes, y tiene un territorio limitado - excepto la ayuda que en algún momento le preste un volcán- lo sensato es aprovechar los trazados existentes, desdoblarlos, hacer desvíos puntuales, incluso túneles y soterramientos. ¿Quién ha dicho que la agricultura no sirva para nada? En la economía, pero sobre todo en el paisaje, y como reclamo turístico, es vital. Varias sentencias coincidentes de lo Contencioso del TSJC no dejaban lugar a dudas. Otra cosa es que alguien haya creído ver augurios en plan Suetonio Tranquilo, el guiño de una estrella, un saltamontes cojo entre los rolos... Pero los datos eran contundentes: por donde quería el Ayuntamiento de Arucas y la Consejería, que fueron advertidos duramente por los jueces, no iba a ser.

Con la sentencia del Supremo, no ha faltado quien se hace de nuevas, menuda sorpresa, oye, vamos a ver ahora qué hacemos. Pues habrá que hacer lo que se tenía que haber hecho; un plan en serio del área, un proyecto de soterramiento en determinados tramos para facilitar la conexión entre el interior y el litoral. Adecuar la población a la realidad física; impedir la autoconstrucción ilegal, la desertización de los bancales... Si el Norte ha perdido una década, o dos, no ha sido por causa de la justicia: ha sido por la tozudez de "usted no sabe con quién está hablando". A finales de los 60 se presentó un plan, el 'Banana Coast', que quería hacer una especie de Puerto de la Cruz en San Felipe. No digan que no han tenido tiempo de hacer, si no un racimo, sí una 'manilla'.

Y si del Norte vamos al Sur, lo de Meloneras es de nota alta en la escala de subnormalidades administrativo-políticas: va a hacer una década que Costas empezó a especular con la regeneración de la playa, con la participación de capital privado, mientras la actividad turística demandaba la construcción de una marina de yates de calidad para atraer un turismo selecto del norte de Europa. Pero entramos en el siroco mental, o algo, y, como dice Vargas Llosa, nadie sabe cuándo se jodió el Perú.

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