Noto que soy raro cuando muere gente como Liz Taylor, de quien he visto seguramente todas sus películas. La actriz me gustaba y formó sin duda parte de los sueños más húmedos de mi juventud. Era como de la familia, sobre todo cuando la veíamos retratada en aquella combinación tan de la época que también podíamos encontrar en los cajones de nuestras hermanas.

Ha formado parte de mi vida, en fin, aunque yo no haya participado de la suya. Sin embargo, si me pidieran un artículo sobre ella, no sabría qué decir, aparte de los tópicos, que salen solos y que yo procuro reprimir por eso mismo porque teniendo vida propia no es preciso alimentarlos. Estos días hemos leído y escuchado muchos.

En la radio, un tertuliano de orden alabó, creo que sin darse mucha cuenta, su adicción a las drogas, y al alcohol y a la cirugía y a los matrimonios. Todo lo que no querría para una hija suya le parecía bien en la Taylor. La orgía de alabanzas sin sentido alcanzó extremos delirantes, casi todas ellas obtenidas del cajón de los lugares comunes. Páginas y páginas y más páginas dando vueltas a la noria de las virtudes de "la mujer de los ojos violetas". Pero con la misma furia que los medios se emplearon en la muerta, se desemplearon de ella apenas pasadas 48 horas. Es probable que este artículo mío parezca antiguo, como si hablara de algo sucedido hace siete años. Sic transit gloria mundi.

En estas orgías colectivas, decíamos, es cuando uno se siente raro. Quizá le haya sucedido a usted frente a determinados despliegues de la prensa. Debe de ser muy consolador dejarse arrastrar por los medios y repetir sus trivialidades: un modo de sentirse parte de la tribu. Después de todo, qué fácil es decir que sí, que qué pena, que se ha ido un mito, una leyenda, y que por eso mismo, porque por fin se ha ido aquella pobre gorda alcohólica y desvencijada (lo de pobre gorda alcohólica y desvencijada cállenselo), por eso mismo, decíamos, permanecerá para siempre entre nosotros. Entre todo lo que leí sobre la difunta, me llamó la atención que se hubiera convertido (¿desde dónde?) al judaísmo. ¿Formaría parte esa conversión de los excesos que tanto habían gustado al tertuliano convencional?