La legislación laboral española se ha construido esquinada e imperfecta. Su gran problema, la denigración del derecho al trabajo a lo largo de todos estos años, y el motivo, los constitucionalistas de 1978, no insertando el derecho al trabajo como Derecho Fundamental de las Personas (insertos en los arts. 14 al 29 y 30.2 CE) y sí, en su acepción más laxa de un leve derecho. ¿Despiste o intencionalidad? Así nos damos de bruces con estas contradicciones: ¿Cómo es posible que incluyeran los derechos de sindicación y de huelga como derechos fundamentales y dejaran fuera al principal presupuesto para ejercer éstos, o sea el derecho al trabajo? ¿Cómo es posible que la Declaración Universal de 1948 considere este derecho como derecho humano, y en los 60 años transcurridos no se haya dado por nuestra Constitución la protección máxima, aprovechando que la misma establece que los Dchos. Fundamentales se interpretarán conforme a la Declaración Universal de los Derechos Humanos? La primera consecuencia fue la creación por Adolfo Suárez del despido libre en el Estatuto de los Trabajadores de 1980, por el cual, en caso de despido improcedente es al empresario, culpable del despido, al que se ofrece el derecho de opción y no a la víctima, el trabajador. La crisis ha servido para ensanchar la brecha, perdiendo los trabajadores lo poco que les quedaba fruto de numerosas concesiones en virtud del neoliberalismo de los años 80. Si una empresa tiene vocación de permanencia y el empresario compra una máquina para producir, su intención es que ésta dure lo máximo posible; pero ¿por qué no mide por el mismo rasero cuando compra fuerza de trabajo humana, o sea, contrata a un trabajador? ¿Por qué la máquina tiene el derecho a ser cuidada para que dure y al trabajador se le maltrata y condena a la inestabilidad? La legislación ha provocado esta paradoja: una máquina goza hoy de mayor protección que un ser humano. Ya es hora de que el trabajador tenga la protección y garantías que se merece como persona que es, por lo que nos interrogamos: ¿es ésta la sociedad que queremos, con un gran capital humano creador de la riqueza haciendo equilibrismo en una cuerda indefinidamente? ¿Y los sindicatos -es la pregunta- dónde han estado?