Últimamente cuando oigo a algún político hablar y a veces hasta lo escucho, me produce la inquietante sensación de que no conocen sus propios limites cometiendo la osadía de creerse lo que están diciendo. Este estereotipo humano es sumamente peligroso, pues normalmente adoptan decisiones que nos afectan a todos, y si no que se lo pregunten a los casi cinco millones de parados.

Afortunadamente no todos se creen Santa Teresa en camino de perfección cuando rodilla en tierra entran en trance a golpe de Boletín del Estado. Por ejemplo: hace no muchas fechas tuve la oportunidad de presentar en un acto a la diputada Rosa Díez, y debo confesar que es una persona que rebosa sentido común tan escaso, por cierto, en los tiempos que corren de incertidumbre y desasosiego donde solo se habla de "motosierras" como si España fuese el bosque encantado donde una gaviota vino cantando y llegó el viento y se llevó al brujo y al cuento.

¿Cómo es posible que a más de uno se le llene la boca hablando de igualdad con el bodrio de ley electoral que tenemos? Bueno, pues a eso es a lo que me refería cuando digo que a veces lo peligroso son aquellos que sin capacidad y conocimiento se creen que sí lo tienen y empiezan a disparar decretos a diestro y siniestro dejando un panorama poco edificante y lo que es peor sin ver la luz que la de Ávila sí veía.

Y qué me dicen de algún que otro portavoz que parece que habla en borrador farfullando palabras. El don de la elocuencia se tiene o no se tiene, pero al menos que sepan leer. Por cierto, no sé por qué me viene a la memoria aquel insigne diputado de los años veinte que fue Fernando de los Ríos, que daba gloria oírle.

Casi todo se podría resumir en eficacia de una gestión, que en el último lustro ha brillado por su ausencia, donde no se gaste más de lo que se ingresa. ¿Es tan difícil? Debe ser que sí, porque si no, no se entiende que nos encontremos donde estamos.

Se avecinan tiempos revueltos. Confiemos en que ningún iluminado nos meta en lo más profundo de lo desconocido pretendiendo encontrar lo nuevo como si del dorado se tratara.