La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBJETOS MENTALES

El fondo de la experiencia

El sujeto, o la persona que se piensa a sí misma puede preguntarse qué le impide compartir o captar empíricamente una experiencia subjetiva de los sentidos, de mente a mente. Experimentarla directamente. De sujeto a sujeto, sin intermediación ni interpretantes simbólicos. En general, frente al interlocutor, frente a la otra persona en el día a día, atendemos antes a lo que piensa que a lo que dice, verdaderamente esa es el alma de la comprensión, de la conversación. Se trata de un tú a tú mental, pienso. Como un juego de mente a mente que, si fuera posible decirlo así, podría mitigar si no cancelar la soledad que, en el fondo, asuela al hombre. La soledad mental. El hombre nace solo, muere solo, y la soledad lo acosa. No es nuevo, la filosofía no deja de hablar de ello, de la angustia existencial, se siente perseguido por ella. En cualquier momento de su itinerario vital le abre sus puertas. Le ocupa y le preocupa encontrar un sitio lejos de la angustia, lejos de la contingencia, lejos de la muerte, en definitiva. Las profesiones viejas y nuevas, sus actividades inaplazables, los simulacros metafísicos constituyen en cierto modo un juego de sombras chinescas, son los fuegos artificiales que distraen al personal por el momento, hasta que se consume la última pavesa de la hoguera, cuando se apaga. A cada paso que anda abre un mapa, extiende la mirada sobre un itinerario, en perpetuo movimiento hacia algún lugar, su pensamiento transita como un rayo, sin ser el rayo, por eso digo que su itinerario circunda las cosas, circunvala la realidad de las cosas, en esencia no se detiene, está pendiente de un periplo, de comenzar una odisea, de partir hacia una Ítaca, pendiente de una andanza al fondo de la noche, que es un viaje que en el fondo todos hacemos o quisiéramos hacer, al final de las cosas, el que hizo por ejemplo Jack Kerouac y al que enfatiza la literatura. Lo extravagante, lo insólito surge cuando después de esa impresionante aventura y despliegue, con el botín atesorado, la propia naturaleza impide toda comunicación directa, de corazón a corazón. De mente a mente. Lo que nos llega son vivencias en tercera persona. El fondo de la experiencia se alcanza por la propia experiencia, no cabe una experiencia demediada, no delega, exige presencialidad. En efecto, la conciencia no llega más lejos. El mundo de los otros viajes, de las otras personas, de las cualidades de esas experiencias subjetivas, de sus amaneceres o crespúsculos quedan confinados en sí mismos. En lo hondo de un agujero negro del que nada escapa. El viaje de Odiseo, el jipi que llegó a Tombuctú, el autoestopista que alcanzó Nepal, el escalador que tocó la cima de El Capitán en la modalidad free solo, el vagabundo que se puso su bici por montera y cruzó los Andes de un lado al otro de la cordillera, los bañistas de Sorolla sumergidos en las aguas glaucas y remotas. Me refiero a la pérdida de esa ingente narración incomunicable por límites intrínsecos. A esas cualidades subjetivas de la experiencia que los filósofos denominan qualia o algo así. Me refiero a ciertos fenómenos que no traspasan la mente, que permanecen en ella misma, aislados, como un ser non nato prisionero de su útero materno, me refiero a las emociones que han sentido y sienten las criaturas humanas y que, aunque quisieran les resulta improbable comunicar, no por causa de una intraversión o por una suerte de autismo, no, sino porque la mente tiene sus abismos, sus límites, por causa de su diseño darwiniano o porque la misma realidad lo impide. Sencillamente me refiero a su inefabilidad. Me refiero a ese mundo incomunicado, por definición, por sus mismos límites físico-químicos. Me refiero a ese universo de cosas extremadamente sensibles y asombrosas, lo menos material, por decir así, de la materialidad misma. Me refiero a esa sustancia que comprende, que contiene una existencia inconmensurable, que reside en un significante vacío porque nada puede decirse de ella. Nada, excepto que existe. Sin duda, podemos observar los signos del viaje. Podemos decir que hemos soñado, viajado, confesar que hemos vivido como dijo Neruda, que hemos visto prodigios, en los textos o en la textura de la vida, sin embargo serán indecibles, particularismos radicalmente incognoscibles por la propia ontología del ser.

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