La Provincia - Diario de Las Palmas

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¿Y quién se preocupa por recomponer nuestra sociedad?

Rosa Rodríguez

Lo que hemos vivido y seguimos viviendo a lo largo de este aciago año con origen en la crisis sanitaria que padecemos y que nos ha llevado a tan importante parálisis económica, no parece tener fin. Y el paso del tiempo, sin ver la salida al túnel, nos aboca a una crisis social de consecuencias incalculables, no solo por el empobrecimiento económico que ya nos auguran, sino por las consecuencias de vulnerabilidad física y psíquica, así como de inseguridad y aislamiento, que tiene sobre las personas. No hay mas que ir por la calle y observar cómo personas, conocidas -jamás lo hubiera imaginado- o no conocidas, a la vista bien trajeadas y correctas, que se te acercan con discreción pidiéndote ayuda.

Una sociedad que ya venía tocada, con una maltrecha clase media y unos niveles de pobreza inaceptables para una economía que se le presuponía avanzada, ha sido confinada y “autoreconfinada” por el miedo infundido y por unos niveles importantes de desinformación. Una sociedad que se despierta cada día ante un mundo incierto, sin tener un horizonte de futuro y sin referentes -líderes- claros y confiables. Una sociedad que, en parte, se vuelve insociable e involutiva y, en parte, escéptica y crítica ante un Gobierno que pudiera parecer complaciente con nuestro devenir.

Arrastramos un sistema educativo que ha igualado por debajo, dejando de primar la excelencia tan importante para favorecer la competencia y disponer de líderes acreditados en los distintos ámbitos sanitarios, económicos y sociales, con criterio para debatir y tomar decisiones que nos permitan salir de esta espiral y poder ver algo de luz en un panorama que ya resulta en exceso obscuro. Hemos llegado a unos niveles incomprensibles de deterioro educativo y cultural. Y digo esto porque me impactó una experiencia que viví en la calle. Una mujer joven, bien ataviada que paseaba a su bebe, aparentemente muy bien cuidado, se acerca a mí y enseñándome su móvil me pregunta que si puedo leer sus mensajes. Yo le respondí: estás de broma, no? Y ella con total y absoluta sencillez me reitero que no sabía leer y, por supuesto, la ayude. Nunca antes pude imaginar que, en el momento actual, pudiera darse tal situación. 

En esta crisis, no hay generación que no se haya visto afectada. Nuestros jóvenes ya lo tenían complicado, pero ahora mucho más si cabe. Los hay que en otro momento pudieron independizarse, pero ahora se ven obligados a volver a casa de sus padres por no disponer de recursos para mantener una vivienda, ante un panorama económico y, por ende laboral, tan incierto. Los mayores, a los que el confinamiento les ha llevado a un aislamiento social inmerecido y preocupante, derivando, en muchos casos, en un deterioro más allá de lo que hubiese sido previsible en circunstancias normales. Y los niños que parecen estar perdiendo su infancia.

También es preciso poner atención en la población de mediana edad, pues muchos viven con miedo, más allá de lo previsible, inmersos en un contexto en el que las malas noticias reinan. Esto impide unas relaciones sociales fluidas, y conducen al asilamiento y a una pérdida de capacidad para disfrutar de la vida. Todo ello agravado en términos generales por la tristeza que produce la pérdida de personas cercanas ya sea por COVID o cualquier otra enfermedad, en unas circunstancias atípicas.

A más a más, nuestra sociedad, a mi juicio, lleva un tiempo perdiendo referentes sociales -personas que de alguna forma han sido relevantes en distintos ámbitos económicos, culturales, educativos, etc.- y no da la impresión de que haya un relevo equiparable. De alguna manera, nos estamos quedando huérfanos y sin un horizonte claro de futuro, lo cual genera incertidumbre, sobre todo al contemplar como la capacidad de los gobernantes para tomar decisiones relevantes para salir de esta crisis parece estar más centrada en esquivar el golpe que en pararlo implementando soluciones. 

Un ejemplo es el caso de la prórroga de los ERTEs, que tan feliz hizo a algunos, como medida preventiva que impidiera agravar aún más la crisis económica, cuando lo sensato y adecuado hubiese sido tomar las decisiones oportunas en el momento preciso para forzar el reinicio de la actividad económica y no generar tanta ansiedad a aquellas personas que deseando acudir a su trabajo no pueden.

Nos preocupamos por la salud, no tanto por la subsistencia. A la vista está la alarmante situación económica planteada. Esta sociedad angustiada y temerosa no puede seguir huérfana. Hay que trabajar para recuperar la infancia de los niños, dar certeza a los jóvenes, seguridad a los de mediana edad y cariño y cercanía a los mayores. La sociedad necesita sosiego y vivir una vida en plenitud, sin temores e incertidumbres más allá de lo razonable.

Saldremos de esta crisis, pero alguien está ocupándose en estos momentos de trazar un plan orientado a sanar las heridas del alma y a recuperar el equilibrio emocional de muchas personas que se han vuelto insociables.

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