La Historia conspira contra nosotros, pero no lo sabemos. Un día, de repente, quien hoy es adorado será lapidado, su estatua derribada y su nombre borrado del insigne pabellón (como acaba de hacer la Universidad de Edimburgo con el filósofo Hume, demostrando que la inteligencia siempre acaba sucumbiendo), o lo contrario, quien hoy muere asesinado por la indiferencia y la incomprensión de sus contemporáneos algún día será glorificado por el recuerdo.

No hay nada nuevo en esto, es el cuento más viejo del mundo, solo que ahora estamos llevándolo a su máxima expresión movidos por un sinsentido rara vez alcanzado.

Revisamos la Historia y la juzgamos con el código actual, quizás sin querer darnos cuenta de que la Historia se alimenta de sí misma y de su tiempo, y eso es igual que decir de la gente que la vivió. No hay imperio, monumento, nada sobre la geografía que no sea humano. El mapa de la Historia es un paisaje con figuras. Todo lo hizo alguna vez alguien, un alguien como nosotros mismos, tan perdido, tan errado.

La Historia reposa, hemos de asumirlo, en una corriente continua de explotación y violencia que no podemos esconder. Las columnas de la Historia se asientan sobre cadáveres. Todo se ha hecho y se hará a costa de alguien que sufría. Enseñar Historia es explicar crímenes. En eso que llamamos Historia lo que hay, en realidad, es una larga escalera de peldaños humanos, generaciones de gente que padeció trabajos, hambre, dolor. Una genealogía de epidemias, esclavitud y batallas, un pasado de sufrimiento que probablemente el arte, la belleza, la cultura, remedien levemente aunque no lo consigan borran del todo. Quizás por eso, en un alarde de estupidez, estemos dejando morir la cultura y a los artistas mientras nos dedicamos a querer borrar del pasado a quien alguna vez dijo o hizo algo que hoy nos parece reprobable, olvidando que todo se debe a su tiempo, a su circunstancia, y que finalmente la Historia está en la gente, que la Historia es, en realidad, la trama fría del sufrimiento humano. Mire usted, si no, sus manos.

La Historia, nuestra historia, asumámoslo, camina a golpes, dando gritos, ciega. Por eso no entiendo esta violencia que está en la calle y contamina las universidades, este viento negro del revisionismo, esta sombra en la sombra que dobla las esquinas de nuestro tiempo derribándolo todo hasta que no quede nadie.

Si de verdad queremos hacer justicia, de una vez y para siempre, asumamos que todo se ha fundado sobre víctimas. Sería aconsejable no solo por la propia justicia, sino por darle un firme verdadero al mundo y también por no hacer más el tonto.