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Ángel Tristán Pimienta

Los curas no son inmunes a la estupidez

Estaba comiendo en un restaurante de Ortigueira (A Coruña) cuando apareció en la tele el cura del Santísimo Cristo de La Laguna, o más exactamente, Rector del Real Santuario, con ese tonillo de sabiondillo amanerado clásico del gremio, sugiriendo al ladino modo habitual que en el control del aforo en los templos hay agazapado un “tufillo anticristiano”. Ergo sum: manía persecutoria. Ea, ya está dicho. Otra guerra de religión. Otra persecución en grado onírico, seguramente por el efecto del incienso. “Hay gente muy molesta con el aforo, pero yo a esa gente le suelo decir que disfruten de lo que han votado”.

Don Daniel Padilla ha tenido su minuto de gloria, para unos, y de ridículo, me parece a mí, para la mayoría. No sé si conocen la célebre frase de Robert Burton, clérigo inglés, profesor de la Universidad de Oxford y autor de Anatomía de la melancolía que vivió a caballo de los siglos XVI y XVII: “Allí donde Dios pone un templo, el diablo pone una capilla”.

De nuevo, la erótica tentación del victimismo. De creerse el ombligo del mundo, ajenos a las leyes que rigen el universo. Por cierto: una vez, mediados los años 80 del siglo XX, una señora que ya se adentraba en la ancianidad, muy devota y que presumía orgullosa de ser “católica, apostólica y romana”, aunque fuera de Valle Guerra, tuvo que rescatar de las nubes al cura franciscano que se había dejado llevar por la emoción en aquella misa recodando que “la Virgen María ascendió a los cielos en cuerpo y alma y ataviada con sus mejores galas”.

En cuanto terminó la liturgia la feligresa se acercó al fraile y le vino a decir que los textos bíblicos no hay que interpretarlos en su literalidad, sino metafóricamente, que están escritos por hombres que los oyeron de otros hombres, y estos a su vez de otros, y que en todo caso no se pueden añadir nuevos aditamentos de cosecha propia del predicador. “Dios hizo las leyes de la gravedad, y no va a ir contra sus propias leyes. Mire, padre, pase que suba la Virgen, que es, creo yo, una interpretación mística, una visión idealizada… ¡pero que también suba la ropa, eso es imposible¡” El viejo sacerdote se mesaba la barba. Para subir al cielo y cumplir las leyes de la gravitación se necesitan cohetes.

El cura del Santísimo Cristo no se da cuenta cabal del disparate que ha dicho, y que lo ha convertido con todo merecimiento en uno de los personajes españoles más ridículos de la semana, del mes y probablemente del año. Ex aequo con Miguel Bosé, Quim Torra, Fernández Díaz… Como decía Einstein, hay dos cosas infinitas: “el universo y la estupidez humana, y de lo primero no estoy muy seguro”.

El reverendo Padilla está cabreado porque las normas para prevenir los contagios de la covid limitan el aforo en los templos; pero eso en realidad no es importante ni viene a cuento. Antes de la pandemia las iglesias ya estaban semivacías; y las vocaciones habían caído en picado. No hay ningún tufillo anticristiano en las autoridades; lo que ocurre es que el coronavirus, también un producto de la Creación, no respeta a los cristianos, que por ello tienen que llevar mascarillas, utilizar el hidrogel y mantener la distancia física establecida en los lugares de culto, sean confesores o confesados. Las bodas civiles, por ejemplo, han sufrido restricciones desde el principio del confinamiento; sean los contrayentes católicos, musulmanes, ateos o crean en Manitú.

Otros espectáculos o actividades donde se producen aglomeraciones como el teatro, el cine, el tenis, el fútbol, los toros, los botellones, los desfiles del orgullo gay, las bodas, bautizos, primeras comuniones, entierros y duelos, todos tienen que atenerse a las medidas de protección de la salud pública. Universidades, colegios, supermercados, hoteles, centros de Salud, hospitales, terrazas, cafeterías playas, entierros, fiestas, romerías…han tenido que adaptarse. Es una lucha a vida o muerte en la que no caben ironías, ruindades ni excentricidades.

Los sacerdotes son prescriptores desde siempre; influencers, como se dice ahora; desde que el hombre los inventó como portavoces de los dioses, porque no solo hay intermediarios en el negocio frutero. Y estas personas tienen un predicamento particular, aunque digan tonterías.

En todos los países los gobiernos hacen llamamientos para evitar la despreocupación ciudadana, que suele degenerar en relajo, y que multiplica los contagios. Además de creer en Dios es muy bueno para la salud el sentido común y creer en la ciencia. Hay mucho descerebrado que aún no ha caído en la cuenta de que hay ya un millón de muertos por la covid 19 en el mundo.

Parece sensato y más humano que los curas deban promover más las bodas y los nacimientos que los funerales. Digo yo.

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