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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Miedo en la butaca

La revuelta de una parte del público del Teatro Real, que arrastró al resto, por considerar que se incumplían las normas de distanciamiento, pone sobre la mesa con base de delicado cristal la fragilidad del retorno a la rutina anterior a la pandemia, sobre todo de los actos culturales, donde sus gestores y patrocinadores viven con ansiedad justificada el fin de la excepcionalidad. Frente a la polémica, la dirección del coliseo madrileño subraya que en todo momento se cumplía la normativa del recorte en las entradas, y esgrime, de manera asombrosa, que no es obligatoria la separación de una butaca entre asistentes. Anuncia una investigación para ver quién promovió el alboroto, si bien reconoce que para el próximo espectáculo evitará contribuir “a una sensación subjetiva de seguridad”, o sea, a una invasión de pánico al creer los asistentes que se están infectando unos a otros. Un temor que no hubiese sido tal con el distanciamiento adecuado o con una valoración equilibrada de la ocupación de los espacios: uno más lleno y otro menos, lo que puede llevar a la conclusión de una seguridad a la carta. El ridículo vivido por el templo de la cultura demuestra que en esta época tan extraña surgen, es verdad, actitudes colectivas que ponen en peligro a otras personas, pero no es menos cierto que se consolida una exigencia draconiana no sólo para los pocos espectáculos de masas (ahora más bien de una cincuentena, siendo generosos), sino también en los distintos puntos de reunión que nos asaltan en el día a día. No hay que dar motivo a que cada uno monte en su cabeza el puzzle de su seguridad subjetiva. Estimularlo sería el caos, la estampida. En la sala de espera de un médico hay un separación entre butaca y butaca (que no sabemos si es obligatoria, pero lo contrario sería jugar con fuego), por lo tanto otro tanto de lo mismo debe regir en una institución que casi viene a ser una especie de ministerio dado su alto simbolismo. La semana pasada, bajo la leyenda Alerta roja, todos los sectores de la actividad cultural pusieron de manifiesto la precaria situación por la que atraviesan desde que comenzaron las restricciones de la pandemia. El Teatro Real les ha hecho un flaco favor, porque la vuelta a los escenarios dependerá, muy mucho, de que los asistentes tengan cerrados todos los poros de la seguridad subjetiva. Basta que ello no sea así para que ocurran situaciones como la del coliseo madrileño. Se trata de una carrera obsesiva, pero es la única posible.

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