La Provincia - Diario de Las Palmas

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Alfonso González Jerez

Chollos festivaleros

Cuando era joven e indocumentado nunca ejercí, afortunadamente, como concejal de Cultura. Me hubieran achicharrado. En aquellos lejanos tiempos, con veinte años de edad, uno pensaba (es un decir) que cualquier dinero (público) empleado en una actividad cultural, desde un concierto de habaneras hasta un taller de cerámica de artesanos estrábicos, desde una conferencia de Fernando Sánchez-Dragó sobre el Litri a una exposición de caricaturistas uzbegos, estaba admirable y legítimamente gastado (perdón: invertido). Con los años uno no solo ha engordado, lo que no me importa ni a mí: los criterios de las políticas culturales públicas han cambiado sustancialmente. Pero existen inercias aun ampliamente instaladas y su cuestionamiento llega a ser entendido como un insulto y, desde luego, es detectado como una señal de ignoranciaretrógrada o algo por el estilo. Es lo que ocurre con el Festival Hispanoamericano de Escritores, promovido por el ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, el Gobierno de Canarias, el Cabildo Insular de La Palma y la Cátedra Vargas Llosa, la auténtica probeta de este evento, que acaba de celebrar su tercera edición.

En los últimos tres años han participado en el festival docenas de escritores muy respetables y varios maestros indiscutibles de la prosa española contemporánea (también los escritores canarios tienen una pequeña cuota, que nadie sabe exactamente quien selecciona, y en la que se entrecruzan las maravillas de la amistad y el halago). Está muy bien. Lo que no se entiende es que las administraciones públicas canarias financien mayoritariamente este encuentro. “El Festival Hispanoamericano de Escritores”, leo en su web, “pretende el desarrollo de la cultura en español a través de una de sus principales manifestaciones, la literaria”. ¿Y cómo se desarrolla la cultura en español? ¿Bebiendo y comiendo opíparamente durante casi una semana en la Isla Bonita a costa del contribuyente? Qué cosas. Se programan conferencias, lecturas de poesías, debates entre los letraheridos. No dudo en absoluto que mayoritariamente se traten de actividades que pudieran tener interés, aunque servidor, como cualquiera con un mínimo de experiencia al respecto, sabe que los escritores capaces de pronunciar una conferencia memorable o debatir brillantemente con otros humanos son una minoría diminuta.

Imagino que está bien que los escritores se conozcan mutuamente, enfrentes sus obras y sus tesis literarias, compartan un marquesote o se entrevisten unos a otras con fruición egomaniaca. En realidad, sinceramente, no consigo imaginarlo. Pero todas esas actividades solo tienen un contacto muy lateral con la creación literaria, con los horizontes y límites del arte verbal, con la potencia de la literatura para desvelar y significar el mundo. Son básicamente receptáculos relaciones sociales y profesiuonales y los principales beneficiados de las mismas son los propios escritores, no el público que se sientan para tragarse una conferencia. Esos escritores luego se llaman a sus festivales locales, invítame tú para invitarte yo, no sé si conoces a ese traductor. No son congresos académicos ni encuentro de editores, sino un privilegiado espacio para cogerse pedos y urdir estrategias promocionales. Perfecto. Pero no con la pasta pública. Que un escritor majorero conozca a un escritor ecuatoriano (pongamos por caso) no es un puñetero acontecimiento cultural. Ni siquiera, sensu estricto, lo es que compartan gambas al ajillo o leen sus respectivas novelas. Eso no hay que pagarlo con dinero público. Y ahora mucho menos.

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