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Juan Francisco Martín del Castillo

Don simón de las alertas

Fernando Simón, el portavoz sanitario del gobierno de Sánchez, es un tipo simpático, apacible como decimos en nuestra tierra. Una expresión que bien merece un comentario. Apacible, en el lenguaje de las medianías de Gran Canaria o inclusive de La Palma, en donde se emplea con mayor asiduidad, es sinónimo de buen carácter, ajeno a la hosquedad y la aspereza.

En verdad que el médico surfero es así, un hombre afable y desprovisto de espinas. En los albores de la pandemia, el epidemiólogo hizo de auténtico valladar frente al alarmismo y el pánico colectivo

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Simón rehúye el conflicto, lo pone en cuarentena, aunque no siempre le sale la jugada como espera. Y en verdad que el médico surfero es así, un hombre afable y desprovisto de espinas. Pero, su fortuna en la crisis infecciosa ha dibujado un perfil cuando menos curioso, extraño en ocasiones. En los albores de la pandemia, el epidemiólogo hizo de auténtico valladar frente al alarmismo y el pánico colectivo. Y, de este modo, con el pasar de los días, entre los meses de febrero y marzo, su figura entrañable fue generando un fondo de respeto, culminando en un retrato en el que la autoridad médica y la institucional, por una vez, iban de la mano.

Cada palabra, cada gesto del galeno enseguida encontraban un eco inesperado en la opinión pública. En pocos países, y que uno sepa, un epidemiólogo gubernamental consiguió que su cara se reflejara en los distintos souvenirs del virus de Wuhan. Hasta una pared ha sido objeto de la especial virtud de un grafitero en la que la pose de Simón aparece inmortalizada en una de sus intervenciones televisivas más conocidas. Últimamente, sin embargo, el médico del Centro de Alertas ha recibido otro tipo de atenciones. Siempre según los diarios, Don Simón -permítanme el calificativo- está en la mesa como aquel otro tintorro que hace apenas unos años se puso de moda. Un subproducto que, sin aspirar a la excelencia, era tan habitual en las barbacoas familiares como en las aceras de los botellones. Parece que nuestro Don Simón de las Alertas está de capa caída, no tanto por el criterio científico, como por sus declaraciones. Si no fuera por su aura de respetabilidad, el ganado crédito de antaño hubiera quedado en agua de borrajas. Las recientes palabras que ha pronunciado sobre el veto europeo al turismo en España han dolido más que ninguna, porque se ha atrevido a “agradecer” la decisión de los gobiernos del norte continental.

Tal vez no haya sabido calibrar el impacto de unas afirmaciones que daban al traste con las ambiciones del sector, baluarte, por otra parte, de la economía nacional. Malos tiempos para todos, pero todavía más para un personaje que las circunstancias encumbraron y que, en estos momentos, vive sus horas bajas. Uno lo ve en la distancia y siente un particular desasosiego por este Don Simón reconvertido en tetrabrik de sí mismo, como una caricatura en busca de autor. En un principio, compartía estrado con los uniformes de gala, redoblando una autoridad que parecía no tener medida. Ahora, cada palabra de este Simón de las Españas es escrutada hasta la saciedad. En fin, si no es capaz de volver a su profesión y a su magisterio científico, sólo le esperará una cosa, que alguien lo haga por él. En el fondo, me da pena por la buena intención que le guía, pero, una vez que se prueba la fama, lo mejor es apartarse y dejar que otras voces tomen el relevo. El olvido no siempre es mal camino y Don Simón de las Alertas debería emprenderlo sin dilación para no tener que entonar la vieja canción de Camilo Sesto: “Y ya no puedo más.

Siempre se repite la misma historia. Melancolía”.

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