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Luis Sánchez-Merlo

En voz alta

Luis Sánchez-Merlo

La ausencia

La ausencia del rey en la entrega de despachos de los alumnos de la Escuela Judicial en Barcelona sigue sin aclararse porque no se ha explicado ni se han desmentido las interpretaciones.

Un vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) fue el primero en confirmar que el Gobierno no refrendó, como establece la Constitución, la presencia del jefe del Estado en el acto.

La vicepresidenta primera, que agradeció al rey “que siempre sepa estar en su sitio, el de la neutralidad política”, admitió de alguna manera la responsabilidad del gobierno, sin aclarar el motivo: “Está muy bien tomada esa decisión por quien la tenía que tomar”. Y circunscribió el alejamiento a “razones que ocupan al día a día”.

A renglón seguido, el vicepresidente segundo, al que no le hizo gracia la llamada de teléfono que, es de suponer, de cortesía, hizo el rey al conductor del acto y presidente de los jueces -“me hubiera gustado estar”-, tuiteó el malestar republicano: “Respeto institucional significa neutralidad política de la Jefatura del Estado”.

De la misma cuerda y en la misma senda, el ministro de Consumo fue más lejos, acusando al jefe del Estado de “maniobrar contra el Gobierno democráticamente elegido e incumplir la Constitución que impone su neutralidad”, con estrambote final: “La posición de la monarquía es insostenible”.

Ambos pronunciamientos forman parte de una estrategia adelantada en su Consejo Ciudadano Estatal, donde el líder de la formación enfatizó en la necesidad de “avanzar en el horizonte republicano”. Queda claro, pues, que todo vale para el convento.

Ni el tímido –y contenido- ‘viva el Rey’, solicitado por uno de los presentes y lamentado por el titular de Justicia, «se han pasado tres vueltas», ni la carta del presidente del difunto CGPJ (presumiblemente, igual de contenida que el ‘viva’) han despejado las dudas ni sirven para disimular el malestar. 

Y con las dudas surgen algunas preguntas.

¿Se temía por la seguridad del jefe del Estado, en concurso con previsibles disturbios, ante la inminente inhabilitación, por un delito de desobediencia, del presidente de la Generalitat?

¿Se trataba, más bien, de la emisión de claras señales a los secesionistas catalanes, a los que el Gobierno trata de no desagradar, dentro del trajín compensatorio que, con la luz apagada, se traen entre manos para la aprobación de los Presupuestos?

¿Guarda alguna relación con la reforma del delito de sedición (que el Ejecutivo quiere tener aprobada antes de final de año) o con la puesta en marcha de la tramitación de los indultos a quienes el Supremo condenó por sedición?

¿Sigue en vigor, tres años después, la fatua de quienes se sienten incómodos con la presencia del rey en Cataluña, por su discurso del 3 de octubre de 2017?

Por si quedaba alguna duda, un jefe de filas populista ha dicho en el Congreso que es “una buena noticia” que Felipe VI no acuda a Cataluña y que sería “fantástico” que “no vuelva más” a esta comunidad autónoma.

¿Se pretende que el rey vaya desapareciendo de la escena pública paulatinamente? El ministro de Justicia pidió no ‘sobredimensionar’ la ausencia, ya que “hay momentos en los que hay que sacrificar algo en pro de algo más seguro”.

La inflamación de la política ha hecho mella en el ánimo colectivo. A ello contribuye que no se den razones cuando se adoptan medidas que afectan a los ciudadanos. En esta ocasión, los heraldos gubernamentales han dicho que la decisión está bien tomada, pero no han explicado los motivos.

La pretensión de hacer pasar por discreción lo que es ocultación alevosa, solo suele engañar a los feligreses. La reiteración de la opacidad trae a la memoria el inexistente y fantasmal comité de expertos de la pandemia o la dimisión exprés del coordinador de la crisis entre gobiernos, en Madrid.

En ninguna democracia consolidada es admisible que el Gobierno ponga pegas al Jefe del Estado para acudir a un territorio (de ese Estado), por interés político. Andando un metro más allá, el rey no debería de pedir permiso para ir donde le inviten. Tampoco es aceptable asumir, sin más, la imposición.

La falta de explicaciones lleva a pensar que lo ocurrido se parece a un extraño confinamiento, sin que medie la anuencia del confinado.

La referencia a la seguridad para justificar la ausencia de jefe del Estado, aunque poco probable, podría señalar el camino para que se repita la amenaza en otros desplazamientos del rey por el territorio nacional.

La otra, más meridiana, tiene que ver con los noviazgos presupuestarios y el debilitamiento pretendido de la actual Constitución, que no dejan de ser hipótesis verosímiles, en concordancia con las reiteraciones del socio preferente, aliado en una agenda cada vez menos oculta.

Como dicen en Venezuela: “¡Preparen alpargatas que lo que viene es joropo!”

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