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Observatorio

El retorno de los brujos

El retorno de los brujos

Un amigo me comentó el otro día que estaba desubicado. Le tranquilicé señalándole que así, más o menos, nos encontramos todos. No se trata solo de la situación sanitaria, aunque la sensación de desazón y perplejidad que esta genera no contribuye al sosiego precisamente. No, la cuestión es de más calado y resulta de la combinación de circunstancias económicas, sociales y de transformación tecnológica acelerada, que se concretan en una única certeza compartida: va a haber un cambio y es inevitable.

Lo que resulta aventurado es precisar la orientación y profundidad del cambio. A quien quiera respuestas y no preguntas sobre el porvenir (algo tan deseable como complicado) se le puede recordar la frase, a este respecto, del premio Nobel de física Niels Bohr: “predecir es muy difícil, sobre todo el futuro”. No sabemos con seguridad hacia dónde nos dirigimos ni con qué estructuras sociales o políticas contaremos. ¿Demasiado truculento? Quizá, pero si nos hacemos una serie de preguntas podremos evaluar la profundidad de las incertidumbres que nos asaltan.

Resulta complicado determinar si, como consecuencia de la convulsa situación económica y social, el futuro al que nos dirigimos tendrá más o menos Estado

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En primer lugar, resulta complicado determinar si, como consecuencia de la convulsa situación económica y social, el futuro al que nos dirigimos tendrá más o menos Estado. Es obvio que en el mundo occidental los Estados van al rebufo de los acontecimientos determinados por las grandes corporaciones empresariales, véase por ejemplo la reciente fusión por absorción de Bankia en Caixabank. Sin embargo, la conciencia general de que la evolución económica es problemática y puede originar conflictos sociales irresolubles ha concitado la unanimidad en políticas como la del establecimiento de la renta universal y otras iniciativas que persiguen combatir la exclusión de colectivos específicos. Animados por medidas como la expuesta, los partidarios de más Estado con más peso de las políticas públicas y del gasto planificado, están retornando con vigor. Aunque modelos de este tipo siempre suponen una controversia con los criterios del liberalismo democrático a veces se olvida que, además, pueden evolucionar a posiciones políticas muy diversas, susceptibles de alterar los valores de convivencia que se vienen compartiendo.

En segundo lugar, la transformación tecnológica es de carácter exponencial, lo que afecta a las relaciones económicas, sociales e institucionales, con una especial repercusión sobre las relaciones laborales. Siempre que ha habido revoluciones tecnológicas se han eliminado profesiones (la mayor parte de las profesiones del siglo XIX ya no existen), pero se han creado otras. Desde el punto de vista económico, nos encontramos de nuevo en la encrucijada que se ha vivido varias veces en los dos últimos siglos: averiguar si el capitalismo será capaz de evolucionar hacia un nuevo equilibrio que asegure el mantenimiento de los requerimientos esenciales de la sociedad. En ocasiones anteriores la adaptación dio lugar a períodos de prosperidad y conquista de derechos sociales, sin cuestionar los valores democráticos esenciales: seguridad, legalidad, fortaleza de las instituciones y propiedad privada. ¿Será ahora igual? ¿Se podrá seguir garantizando un desarrollo económico suficiente y sostenible? ¿Y la estabilidad de los empleos? Lo más perentorio es determinar si los empleos que con toda seguridad se destruirán serán sustituidos por otros, inevitablemente distintos, pero ¿cuantitativamente equivalentes?

La estructura social específica de cada país y de cada región jugará un papel determinante en la evolución futura del mismo

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En tercer lugar, la estructura social específica de cada país y de cada región jugará un papel determinante en la evolución futura del mismo. Cabe recordar, a estos efectos, algunas experiencias históricas relevantes, por ejemplo, la alemana que tantas veces se pone como modelo y que se basó en el paulatino establecimiento a lo largo del siglo XIX de una ética social y estatal alejada de corrupciones y clientelismos (personales, familiares, políticos, corporativos, etc.). Contrariamente, en los países mediterráneos, y ni España ni Asturias están excluidas de este modelo, estos usos clientelares se tornan habituales; se fomentan incluso y podríamos decir que aún perduran y no propician precisamente sociedades meritocráticas. Aunque el mérito y la formación no siempre garantizan el éxito, la superior calidad institucional suele estar relacionada con su mayor implantación

Como es conocido desde que lo señalara Fukuyama para que el Estado sea creíble los gobiernos deben ser responsables y efectivos, no poner en riesgo las instituciones y dar absoluta prevalencia al respeto a la legalidad vigente. En otro caso (ya está ocurriendo) crecerán los movimientos populistas que, como es habitual, dicen ofrecer seguridad, menoscaban libertades y prometen soluciones mágicas y un futuro feliz para todos. El retorno de los brujos, que acaban siendo, a la vez, agitadores y chamanes.

JOSÉ ANTONIO DÍAZ LAGO es ECONOMISTA

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