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José Luis Villacañas

Dos naciones

Dos naciones

El espectáculo que estamos contemplando en Madrid demuestra que el desgobierno neoliberal durante las últimas décadas ha logrado crear una realidad social explosiva más allá del barrio de Salamanca.

Por supuesto que el proceso viene de más lejos, pero las políticas de los años ochenta, impulsadas por gobiernos más sensibles, lograron mantener todavía un cierto equilibrio entre población y servicios. Esos equilibrios se rompieron hace tiempo.

La situación era explosiva desde hace mucho tiempo y nadie del gobierno de Madrid ha querido verlo, a pesar de que ha tenido más de una década para comprenderlo

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Año tras año, Madrid acumuló emigración de España, de África y de América, a la que hacinó en barriadas del sur. No solo no aumentó, sino que fue reduciendo servicios de todo tipo. La situación era explosiva desde hace mucho tiempo y nadie del gobierno de Madrid ha querido verlo, a pesar de que ha tenido más de una década para comprenderlo.

Ahora, cuando la crisis de la pandemia se une a la de 2008, asumimos que la estructura del crecimiento de Madrid, una operación de Estado, está en el origen de este desastre. Un cierto capitalismo que necesitaba mano de obra barata, para emplearla en una economía sumergida, requería permanentes oleadas de emigrantes, que además presionaban al alza en los precios de la vivienda y que eran alojadas en barriadas insalubres. Así se fue generando la estructura de una gran ciudad de acumulación. Se producía mucho, se pagaba poco y se redistribuía nada, porque no se invertía en servicios públicos. Al contrario, se ahorraba en esos gastos, disminuyendo profesorado, centros de salud y ayudas a la dependencia.

El capitalismo que genera poco valor añadido, poco racional y riguroso, no puede prescindir de repetir el proceso de acumulación. Necesita mantener la sobreexplotación porque de otro modo se arruina. Eso caracteriza buena parte del sistema económico que se ha creado en Madrid. Emigración, subempleo, economía sumergida, precariedad. Un círculo. Cuando esos procesos dramáticos de acumulación se mantienen en el tiempo, por la propia dificultad de alcanzar una capitalización productiva, se presentan los fenómenos de la dualización social. Su consecuencia es una intensificación de la desigualdad.

La última manifestación de esta dualidad social la hemos visto estos días, cuando hemos comprobado la completa insensibilidad de la presidenta Isabel Díaz Ayuso con esa parte de la ciudadanía que su política ha condenado a vivir en condiciones precarias. En lugar de reconocer la inviabilidad de su política, la presidenta ha declarado con cierta desvergüenza que la culpa de la proliferación de contagios en las zonas proletarias de Madrid se debe al modo de vida de los emigrantes, no a sus condiciones de vida. En lugar de asumir su responsabilidad, lo que le hemos escuchado es sencillamente culpabilizar a las víctimas de su política.

Cuando las cosas llegan ahí, ya no hay consuelo. Conducir esta tragedia depende de la forma de actuar de este gobierno, que no solo es incompetente, sino que carece de la voluntad para dejar de serlo. Fueron puestos ahí para tapar la porquería y la corrupción de los gobiernos anteriores, y quizá continuarla. Ahora que tienen un problema grave entre manos, muestran su completa disfuncionalidad para ejercer el gobierno. Sin embargo, escribir sobre ellos es inútil. Sordos a toda crítica porque la consideran procedente del enemigo, jamás reflexionarán sobre las consecuencias del hecho evidente de que su presidenta carece de toda cualidad de líder y de gobernante, pues ante todo no siente como propio al pueblo sufriente. Fue impuesta y apoyada por un débil Pablo Casado porque inspiraba confianza a un oscuro aparato de partido que debía ser protegido de la transparencia. Esa es la razón de que el presidente del Partido Popular salga en su defensa de un modo incomprensible, asociando su persona a una causa perdida. También es la razón de que, a pesar de la voluntad de orientarse de otro modo, el alcalde José Luis Martínez Almeida tenga que llevar la piedra al cuello de Ayuso, hundiéndose con ella.

La verdad salió a relucir cuando la parlamentaria de Más Madrid Mónica García, le preguntó a Díaz Ayuso dónde habían ido a parar los mil cuatrocientos millones de euros que el Gobierno central les había transferido. Su respuesta fue que una Comunidad tiene muchos gastos que atender. Pero ese aporte especial transferido fue para atender la pandemia. Era finalista. O no se ha empleado, o se ha desviado impunemente a otros gastos. Sabemos que los pocos rastreadores fueron privatizados y que no funcionaron como se esperaba; que no se incorporó ningún nuevo sanitario; que tampoco se contrató a más profesorado; por no hablar del estado de las residencias de mayores. Aquí la comparación sangra. Otras comunidades han empleado bien ese dinero, desde la preocupación por el sufrimiento de su gente. En Madrid, no.

En 1845, justo el mismo año en que Friederich Engels publicaba ‘La situación de la clase obrera en Inglaterra’, un descendiente de sefarditas, Benjamin Disraeli, poco antes de enrolarse en el movimiento de la Joven Inglaterra, dio a la imprenta una novela que tituló ‘Sibila o la historia de dos naciones’. En ambas obras se podrán encontrar las descripciones de las condiciones de vida más descarnadas de aquella Inglaterra que se entregaba a un proceso de acumulación vertiginoso. Engels basó todas sus intuiciones sobre la lucha de clases en sus descripciones de Manchester, basadas en su experiencia. Disraeli empleó toda la fuerza de su escritura para mostrar que ya había dos naciones en lucha y que cualquier político responsable tenía que lograr su reunificación, simbolizada en la trama amorosa de Sibila y el joven aristócrata Carlos Egremont. Así convenció a Inglaterra de apoyar el movimiento cartista, que tanto mejoró la suerte del mundo obrero.

En ese paralelismo vemos que no es cuestión de tener una visión más conservadora o más revolucionaria de la vida. Engels y Disraeli, cada uno a su modo, vieron lo intolerable del proceso de dualización social que impulsaba determinada política. Sirvieron a causas diferentes, pero ambos comprendieron que el sufrimiento que se estaba extendiendo por la sociedad como un cáncer tenía que ser reparado. Pero el grupo de gente que ha producido Esperanza Aguirre y los suyos, parece que no tiene sentimientos. Es inútil recordarles que lo que hacen, dividir al país, a la ciudad, a la gente, en dos mitades, rompe todas sus pretensiones de ser representantes de una nación. Es inútil ponerlos ante la contradicción en la que se mueven. Ellos van a lo suyo. Saben que privatizar continuamente el capital que produce una sociedad entera, condena a todos los demás a ser las víctimas de una acumulación permanente. Así forjan dos naciones, dos ciudades, que no pueden sino desconocerse. Ellos hablan sólo de la suya, la de los insensibles al dolor y al sufrimiento que producen a su paso sobre los demás.

JOSÉ LUIS VILLACAÑAS es DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA Y SOCIEDAD (UNIVERSIDAD COMPLUTENSE)

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