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Jorge J. Fernández Sangrador

Poirot: 100 años

Agatha Christie escribió su primera novela en 1920. Hace ahora cien años. Se titulaba 'The misterious affaire at Styles' (El misterioso caso de Styles). Y el protagonista era Hercule Poirot. ¡Hercule! ¡No Hércules! Ya se encargaba él de aclararlo. Era belga, había trabajado en la policía y se encontraba, refugiado a causa de la Primera Guerra Mundial, junto a otros compatriotas, en Inglaterra.

«Este curioso personaje, que padecía ahora una acentuada cojera, había sido en sus tiempos uno de los miembros más destacados de la policía belga. Como detective su olfato era extraordinario y obtuvo sonoros triunfos»

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Arthur Hastings, narrador, en esta novela, del “affaire” y ayudante del detective en algunas de las que vinieron después, lo describe en los siguientes términos: «Era un hombrecillo con un aspecto fuera de lo común. Mediría escasamente un metro sesenta de estatura, pero su porte era muy digno. Su cabeza tenía la forma exacta de un huevo y acostumbraba a inclinarla ligeramente hacia un lado. Llevaba un bigote engominado de aspecto militar. La pulcritud de su atuendo era increíble; dudo que una herida de bala pudiera dolerle tanto como una mota de polvo».

Y a continuación, los elogios: «Sin embargo, este curioso personaje, que padecía ahora una acentuada cojera, había sido en sus tiempos uno de los miembros más destacados de la policía belga. Como detective su olfato era extraordinario y obtuvo sonoros triunfos, resolviendo algunos de los casos más desconcertantes de la época».

Sin embargo, no le hacen justicia las películas que circulan por ahí sobre los asesinatos que investiga. Y tampoco a Hastings. En la producida por Brian Eastman y dirigida por Ross Devenish en 1990, con música de Christopher Gunning, sobre el caso de Styles, en la que David Suchet interpreta el papel del detective, no aparece uno de los personajes de la novela, el doctor Bauerstein, y han retocado el guion.

Y de acentuada cojera, nada; los pasitos que da al caminar son ridículos. Es preciso reconocer, no obstante, que la ambientación de todos y cada uno de los 65 episodios que se grabaron para las doce temporadas, disponibles en la plataforma digital Filmin, es de un gusto excelente y del agrado de los espectadores amantes de ese tipo de películas.

Chavenage House, la mansión en la que se rodó “El misterioso caso de Styles”, bajo la dirección de Ross Devenish, no es de la envergadura de Castle Howard, la de la serie “Retorno a Brideshead”, ni de Highclere Castle, la de “Downton Abbey”, pero posee la sobria elegancia de las casas rurales patricias británicas.

Hercule Poirot llegó a la localidad inglesa de Styles St. Mary a instancias de Emily Inglethorp, la rica usufructuaria de la hacienda Styles Court. Fue ella la que le procuró una vivienda, Leastways Cottage, en el pueblo y él, Poirot, el que habría de desentrañar la compleja trama tejida en torno al, ¡ay!, envenenamiento de la señora Inglethorp, su benefactora.

¿Cómo llevó a cabo la investigación? Para un detective que aspire a resolver un caso complicado, el método es de la máxima importancia, aunque también lo sea el instinto, y Poirot demostrará en esta primera novela, en la que él figura como personaje principal, que los posee, tanto método como instinto, exuberantemente. ¡Cuidado, sin embargo, con la imaginación!: «Es buena criada, pero mala ama».

Y el procedimiento adecuado es éste: «Ordenaremos los hechos cuidadosamente, colocando cada uno en su sitio. Pondremos a un lado los detalles de importancia y a los que no la tienen ¡puf! –hinchó sus mejillas de querubín y sopló con mucha gracia–los echaremos a volar de un soplo».

Ítem más: «Un hecho conduce a otro y así sucesivamente. ¿Qué el siguiente encaja con lo que ya tenemos? À merveille! ¡Muy bien! Podemos seguir adelante. Tomamos el siguiente detalle. ¡Ah! Es curioso. Falta uno, un eslabón de la cadena. Examinamos. Indagamos. Ese hecho curioso, ese detallito quizás insignificante que no concuerda, ya lo tenemos colocado –hizo con la mano un detalle extravagante–. ¡Es significativo! ¡Es formidable!».

Mas, ¡atención!, no se diga jamás que algo es irrelevante. Todo es importante y todo ha de ser tomado en consideración. Y como éstas, Poirot ofrece otras muchas pautas de actuación y de análisis de los hechos: las pruebas, cuando son auténticas, son vagas y confusas; hay que ser más inteligentes que nadie y pasar por tontos; hay que desconfiar de quienes no dicen la verdad; quien es capaz de destruir a otro es capaz de simular afecto.

Y por encima de todo: «El asunto tiene que desenredarse desde dentro. –Se dio unos golpecitos en la frente–. Son estas pequeñas células grises las que tienen que hacer el trabajo». El imprescindible, inexcusable e insustituible uso de la inteligencia. Pensar. Razonar. Desentrañar. Tener un elevado sentido de la justicia. Actuar con rectitud de intención. Y entonces ¡zas!: «Et facta est lux». Voilà! Caso resuelto.

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