La Provincia - Diario de Las Palmas

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Manolo Ojeda

Experto de fin de semana

Querido amigo, andaba yo tratando de arreglar un problema de la instalación eléctrica en la oficina, harto como estaba ya de tropezar con los mismos cables de siempre.

Total, y como quiera que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta, me puse a taladrar la pared para pasar el cable de una sala a la otra.

La solución era sencilla, y solo necesitaba un taladro y una broca lo suficientemente larga como para atravesar la pared. Lo que no tuve en cuenta es que se trataba de un edificio de más de cien años de antigüedad construido a base de vigas y pilares de acero que se mantiene sobre muros de carga.

Así que, ignorante de mí, me puse manos a la obra alegremente con un taladro inalámbrico y una broca de algo más de quince centímetros.

Ya de entrada la cosa se me complicó porque, a los dos o tres centímetros que cubre el encalado, me tropecé con una piedra donde se atascó el taladro. Saltaban chispas y la broca no entraba ni un milímetro en la pared. Seguí intentándolo hasta que la broca se quedó prácticamente sin punta.

Aquello no me desanimó, y se me ocurrió entonces coger un clavo de acero y un martillo para romper la piedra. Y así fue después de dar unos cuantos martillazos, y con más golpes a la pared que al clavo, que conseguí romperla. Así que volví a intentarlo con el taladro y logré perforar la pared casi tres centímetros.

El problema fue que después no salía la broca, porque se trancó en la puñetera piedra y se soltó del taladro. Ahora la situación era más complicada con la broca incrustada en la pared y yo intentando sacarla a martillazos.

Finalmente conseguí que saliera, aunque quedó inservible de tanto machaqueo, por lo que tuve que ir a una ferretería a comprar otra broca, esta vez para pared y más larga, pensando en que no iba a ser una pared más o menos fina que pudiera atravesar fácilmente…

No quisiera alargarme demasiado, pero, después de aquel intento, vino otro y otro y cada vez con una broca más larga hasta que llegué a la mayor, que tenía unos sesenta centímetros.

Luego tuve que pedirle ayuda a Marcos, un amigo que sabe mucho más que yo de estas cosas, e intentamos hacer un agujero por el otro lado, pero era como abrir el túnel del Canal de la Mancha a ojo de buen cubero, hasta que, a las tantas de la madrugada y como Dios es grande, por fin coincidimos.

El pobre Marcos acabó lesionado en una pierna después de propinarse un martillazo en la canilla, y yo con la cintura, la espalda y los dedos hechos un asco.

Moraleja: no te metas en jardines si no eres jardinero ni te metas en un túnel sin saber en dónde acaba.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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