La Provincia - Diario de Las Palmas

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Alfonso González Jerez

En la lucha final (1)

Cuenta una anécdota –quizás apócrifa– que el gran Raymond Aron, aguijoneado en los años sesenta para que fuera (aun) más crítico con el PCF, replicó irónicamente: “Mientras sean realmente comunistas y Citroen continúe abierta no representarán ningún problema”. Los hechos le daban la razón. Los comunistas franceses despreciaron los movimientos de protesta estudiantil de mayo del 68 – incluso intentaron reventarlos – y tuvieron el cuajo de apoyar la invasión de Checoslovaquia por la Unión Soviética. Cuando intentaron transformarse, bajo el liderazgo de Georges Marchais, el PCF experimentó con un maquillaje eurocomunista y un corazón leninista. Incluso disponer de ministerios y subsecretarías en el primer gobierno de Mitrerrand fue inútil. Comunistas al fin y al cabo, terminaron largándose, y desde entonces languidecen penosamente con algún que otro éxito local.

Podemos no es una organización comunista y demuestra cotidianamente su capacidad de metamorfosearse en cualquier cosa: revolucionarios o socialdemócratas avanzados, enemigos de las fronteras y los intereses de clase encarnados en cualquier Estado y patriotas irredentos, intérpretes progresistas de la Constitución y voluntariosos artífices del fin del régimen de 1978. Cualquier cosa desde un populismo de izquierdas donde el cliente, es decir, el elector, tiene siempre la razón, y si le pones la mesa cualquier bazofia se la comerán, si les convences emocionalmente que es la suya, lo que han pedido, lo que huele que alimenta. La estrategia política de Podemos, ese laclaunismo aguado y totalitario, consiste en avanzar hacia la hegemonía – o salvar los peligros de la contradicción propia y la desilusión de sus clientes – a través de la lucha antagónica. Si ya estás en el Gobierno, por ejemplo, y tu gestión sanitaria de una pandemia tiende a lo catastrófico y el desempleo sube como una marea que ahoga a casi todos, hay que buscar rápidamente una relación antagónica contra las derechas o tu propio socio de gobierno: la monarquía, los jueces, las subidas fiscales. Lo que sea.

Este modus vivendi, por supuesto, lo utiliza también Podemos contra sí mismo. Es asombroso leer el artículo de Javier Doreste contra Noemí Santana y Laura Fuentes, aspirante a la secretaría general en las elecciones internas que celebra Podemos en Canarias durante la primera quincena del presente octubre. Doreste, en realidad, dedica dos folios no a criticar una gestión de partido, sino a impugnar el partido mismo. ¿Cómo puede entenderse que proponga – desde la candidatura encabezada por Meri Pita – que se reactiven los círculos como órganos del partido? Pero los círculos, ¿no eran soberanos? ¿No eran precisamente expresión política del empoderamiento de los ciudadanos? ¿Y cómo piensan reactivarlos Pita, Doreste y compañía? ¿Calentándolos en un microondas como un plato de croquetas?

Doreste acusa directamente a Laura Fuentes – todavía secretaría de Comunicación de la dirección saliente – de boicotear a cargos públicos que eran objeto de odio o menosprecio por parte de Santana y sus conmilitones. Al parecer no ha encontrado otro momento para denunciar escandalosamente esta persecución que la elección del coordinador general. El concejal de Las Palmas – donde curra tan duro que hasta Pedro Quevedo, a su lado, parece Sansón y Dalila al mismo tiempo – afirma incluso que en alguna foto oficial la malvada Fuentes lo ha borrado, como hacía Stalin con Trotsky. Pobrecillo. Se le nota mucho que él no hubiera utilizado jamás el fotoshop. La hubiera quemado. La foto, digo.

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