La Provincia - Diario de Las Palmas

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El 28 de mayo de 1927, Jardiel Poncela estrena Una noche de primavera sin sueño. Personalmente, la considero una de las mejores comedias del madrileño, por lo menos una de las más cómicas. En ella, aparece Valentín, primero ladrón, luego fontanero y a ratos consejero matrimonial. El dramaturgo se vale de su figura para dar el contrapunto necesario a la acción principal. Junto a él, luce un setter muy particular, al que llama Kant, como el filósofo. Las escenas se suceden con frescura y dinamismo y los diálogos son un chispeante espectáculo de fuegos artificiales. Todo fluye y queda perfectamente ensamblado.

No es difícil entender el éxito de la obra en su época. Kant, el perro, ayuda a que el personaje de Valentín se atreva con la filosofía, sirviendo de comodín para la inclusión de referencias explícitas a autores y doctrinas en una comedia destinada al gran público. Don Enrique, y que uno sepa, jamás tuvo ambiciones en el mundo de las ideas, pero eso no es importante a la hora de felicitarse por el aderezo filosófico en buena parte de sus logrados libretos. Pido perdón al amable lector por irme en dirección a los cerros de Úbeda. Lo que pretendía era escribir sobre David Hume, uno de los padres del empirismo británico. Hace unos días, se le ha quitado con evidente deshonra su nombre a una de las torres más famosas de la universidad de Edimburgo. Parece que la mala suerte, que siempre le acompañó en vida, continúa siglos después de su muerte, ocurrida en 1776. Sin embargo, el cenizo que ahora se ha cernido sobre el pobre Hume es de otra índole.

La intolerancia, el puritanismo moral e historiográfico y la denominada “cultura de la cancelación” son los responsables de su actual defenestración. Le habría venido mejor al autor de la Investigación sobre el entendimiento humano verse tratado como un perro, con perdón, como a su aclamado admirador, el alemán Kant, el mismo que deambula a cuatro patas por la obra de Jardiel Poncela. Al menos, así disfrutaríamos de un fiel recuerdo del hombre y el filósofo. Sólo restaría elegir la raza, pero el escocés ofrece algunas pistas en su escueta autobiografía. A la fuerza, habría de ser un animal de “disposición afable, dueño de su temperamento, de una abierta, social y alegre manera de ser, capaz de encariñarse con las personas”. En fin, lo dejo a su gusto.

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