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La decadencia del imperio americano

Donald Trump. Reuters

En el primer volumen de la Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano habla Edward Gibbon con elocuencia de lo «ansioso que estaba Trajano de la nombradía», pero también, a renglón seguido, de las pasiones que ciegan a las muchedumbres.

El primer debate electoral entre Donald Trump, que busca la reelección a toda costa, y el aspirante demócrata, Joe Biden, fue todo menos un intercambio civilizado de argumentos. Un combate con traje y corbata, pero sin guantes, con golpes, marrullerías e insultos que han suscitado una batería de réplicas.

No fue un acontecimiento geopolítico, pero tal vez un nuevo síntoma de la decadencia de Estados Unidos.

Mike Bradley, alcalde de la Sarnia, localidad canadiense vecina de Michigan, dijo que contemplar la manera en que la Administración de Trump maneja la pandemia en un año electoral enconado se asemeja a asistir a la caída del Imperio romano.

«Nunca pensé que se me iría de las manos», admitió el moderador del debate, el veterano periodista Chris Wallace, de la Fox, cadena que simpatiza con Trump. En vísperas del choque The New York Times publicó que Trump no había pagado impuestos federales en 11 ejercicios de los 18 examinados por el diario, que reveló que el imperio del magnate es humo y debe 400 millones. En el 2017, tras llegar a la presidencia, pagó 750 dólares al fisco. El martes dijo que había pagado millones. Algo que los verificadores de datos desmintieron. Biden su mostró su declaración del año pasado: él y su mujer ganaron más de 900.000 dólares y pagaron 300.000 en impuestos.

No hay constancia de que Biden conociera el famoso «¿por qué no te callas?» que Juan Carlos I le espetó a Hugo Chávez en una cumbre iberoamericana, pero es evidente que el «¿te callarás de una vez, hombre?» que le lanzó Biden a Trump debe derechos de autor.

No son pocos los que se refieren a las elecciones de noviembre como un referéndum sobre Trump. Mientras la Fox concedió al inquilino de la Casa Blanca la victoria en el debate (60% frente al 40%), CNN invirtió la ecuación (60% para Biden frente al 28% para el hombre del pelo naranja). Mientras que YouGov, de CBS, apuraba un 48% para Biden frente a un 41% para Trump, que refleja las encuestas electorales, Edward Luce, analista político del Financial Times, subrayó ayer que Biden supera a Trump por nueve puntos en New Hampshire, un estado en el que Hillary Clinton ganó hace cuatro años por un margen de solo un 0,4%. «Cada vez es más difícil imaginar las circunstancias en las que Trump puede ganar legítimamente el colegio electoral». A Luce le inquieta una de las réplicas más turbadoras del intercambio del martes, precisamente lo que el actual presidente del imperio americano no dijo: «Respetaré el resultado de las elecciones, sea el que sea». Luce cree que hasta que no lo diga («y no lo dirá») nos encontramos ante una perspectiva existencial. La supervivencia de la democracia en América. Lo que sí volvió a repetir es que la votación ya en curso (por correo) es «un fraude y una vergüenza» y una prueba de «una elección amañada».

Sí le dijo Trump a Biden que China le robará el almuerzo. Luce replica que China ya está robando la cena y olisqueando el desayuno de mañana, y lamenta que Washington esté desapareciendo de la escena internacional y renunciando al poder blando, mientras un nuevo actor, Pekín, ocupa el tablero.

No hubo debate porque Trump impuso sus reglas. Actuó como esperan sus fanáticos, que quieren bronca, espectáculo, desprecio de la razón, humillación del rival. Todo lo que defienden movimientos como Proud Boys. A la pregunta del moderador de si condenaba las acciones de estos supremacistas blancos, una milicia misógina, islamófoba, que odia a gays e inmigrantes (espejo de la moral trumpiana), el presidente acabó concediendo: «Dad un paso atrás y quedad a la espera». Una consigna que Los chicos orgullosos celebraron en las redes: «Señor, estamos listos».

En La democracia en América, Alexis de Toqueville advierte de que se equivocaría el lector si creyera que trató de «hacer un panegírico», pero desde luego sí que se esmeró en no forzar la realidad para que se acomodara a ideas preconcebidas, y que su libro no estaba «al servicio de nadie». Y no deja de subrayar la importancia de la esclavitud como elemento fundacional y causa tanto de riqueza como de largos duelos y quebrantos políticos y morales, como no dejamos de ver ahora mismo, 180 años después de la publicación del libro de Toqueville, en las calles de la todavía primera potencia mundial que parece asomarse a una larga y penosa decadencia

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