La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

Un nuevo sol

Para los que no tenemos ni idea de economía, que somos la mayoría, la interpretación del Himno de la Alegría como celofán de la era poscovid nos ha devuelto el karma momentáneo tras atravesar la matanza de Texas que es el día a día de la politika nacional. La interpretación beethoviana de Rhodes, pianista del sanchismo, ha sido un bálsamo, pese, repito, a que sonó como obertura del porvenir: el maná de la Unión Europea en formato sostenible y digital, argamasa continental a la que se le trata de ablandar el núcleo con esta composición, que es, miren por dónde, banda sonora de la organización supragubernamental por adaptación de la genialidad de Karajan.

Donde todo está señalado por el desorden pandémico, con cierres y aperturas promovidas por el caprichoso virus, Moncloa y Calviño, activo de la credibilidad, demuestran la armonía de las cifras en papel, descomunales números, jamás vistos, reflejo de un feroz intervencionismo keynesiano, posbélico, que nos llevarán a danzar el Himno de la Alegría, aunque esta vez en versión Miguel Ríos: “Ven canta, sueña cantando / Vive soñando el nuevo sol / En que los hombres volverán a ser hermanos”. Una puesta en escena, ayer, que nos trasladó a la tierra prometida bajo la dirección ecuestre de un Aldous Huxley, con enormes pantallas compartidas, no en pinchos de tortilla (fuera lo castizo), sino en cuadrículas pensantes que observan satisfechas la recuperación, transformación y resiliencia, triodo con que este gobierno ha bautizado la planificación que tratará de aplanar la curva de la ruina económica.

No voy a desmembrar aquí los porcentajes de la salvación (o no) planteados por Sánchez con gran energía misional, pero es obvio que el salvavidas tiene que llegar antes de que el Titanic se parta en dos y se adentre en la oscuridad polar. Viviremos una época hiperdependientes de Bruselas, convertidos en humildes mercaderes que arrastrarán su alma ante la frugalidad de los Países Bajos, que levantarán o bajarán el dedo para mortificación de España. ¿Y qué decir de los austríacos? Desabridos y orgullosos, creyéndose aún imperiales, sin un átomo de sentimiento para salvar a los judíos de los nazis. Y los húngaros. Y los polacos... Se van a convertir en nuestros torquemadas, vigilando como aves de rapiña los cargamentos de euros que nos llegarán de Bruselas, reclamando sonoras reformas a los españoles lúdicos. Por tanto, ¡qué suene el Himno de la Alegría!

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