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Ánxel Vence

Hagan lo que hagan, el bicho gana

Salvo China, que va por libre; y Japón, donde hay muchos japoneses, el resto del mundo está sufriendo la segunda oleada del coronavirus con parecido o superior porcentaje de contagios al que arrojó la pandemia entre marzo y julio. (Nota para usuarios de WhatsApp y Twitter: “Japón, donde hay muchos japoneses” es una ironía basada en el pleonasmo).

España lideraba -y lidera aún- la clasificación general de apestados; pero el bicho ha comenzado a expandirse casi súbitamente en otros países que hasta ahora lo mantenían a raya. Empieza a dar la impresión de que no importan gran cosa las medidas que adopten los gobiernos. Hagan lo que hagan, el bicho gana.

Será cosa de la terquedad de los virus. Sabido es, por ejemplo, que la gripe se cura en siete días sin más que guardar cama; y en una semana tomando la oportuna medicación. Poco tiene que ver, por supuesto, la gripe común con el mucho más temible SARS-CoV-2 que, como sus siglas en inglés declaran, es capaz de producir un Síndrome Respiratorio Agudo Severo y dejar a cualquiera sin aliento.

No obstante, el virus de la corona se parece al de la gripe por su capacidad para evitar las disposiciones que se tomen contra él. Funciona, desde luego, el confinamiento domiciliario; pero todo sugiere que el bicho vuelve a actuar una vez que la gente sale a la calle. Y no es cosa de arruinarse manteniendo a la gente encerrada en casa.

Ya no se trata tan solo de una peculiaridad de España, donde los políticos y la población en general han hecho todo lo posible para situar al país en el primer puesto del ranking de contagiados y fallecidos.

Ahora son todas las naciones de Europa las que sufren el embate de la segunda granizada del virus. Francia, Alemania, el Reino Unido e Italia baten cada semana récords de infección. Y eso que sus gobiernos lo habían hecho bien e incluso muy bien si se compara su actuación con la de los mandamases españoles.

La diferencia, si acaso, es que España arrancó antes en esta carrera. La remontada, tras el confinamiento, comenzó casi enseguida, después de que el Gobierno declarase imprudentemente la victoria sobre el virus. Ingenuamente convencidos de que las autoridades deben de saber lo que dicen, los españoles salieron en masa a la calle como si no hubiera un mañana. Los contagios se dispararon, como es natural.

Más cautelosos, los gobiernos del resto de Europa lograron contener la epidemia mientras las cifras alcanzaban niveles estratosféricos en España; pero ese aparente control podría ser no más que un espejismo.

Vuelven ahora las restricciones a los países que parecían haber metido en vereda al virus, de tal modo que incluso la modélica Alemania se ve en la obligación de declarar el toque de queda en Berlín. Varias ciudades del Reino Unido declaran estar al borde de superar su capacidad hospitalaria hasta el punto de que ya parecen inevitables nuevos confinamientos como el de marzo. Y así casi todos los demás.

Queda claro que este insidioso bicho puede con cualquier gobierno, ya sea bueno o malo. Quizá eso sea un consuelo para Pedro Sánchez, pero en cambio resulta una pésima noticia para los que aún guardábamos alguna esperanza de ponerle puertas a la epidemia. Lo hagan bien o mal los gerifaltes al mando, se diría que el SARS-CoV-2 ha venido para quedarse. Solo queda hacer rogativas a alguna Virgen.

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