La Provincia - Diario de Las Palmas

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Hay prólogos que te los pide un amigo para que lo elogies. Me parece bien. Hay prólogos estériles, peñazos, amenos o sesudos.

Hay prólogos que valen más que el libro que viene detrás. Otros prólogos deberían leerse al final. U olvidarse. No hay paciencia ya para una película larga, para una larga lectura, para un largo trayecto o conferencia. Mucho menos para un prólogo. «Me han encargado un prólogo», dice un jovenzuelo con ínfulas en el café fumando en boquilla. Para escribir prólogos deberían expedir un carné. Oiga, no tiene usted lecturas suficientes para escribir un prólogo. Escribir un prólogo es una prueba de amistad. Firmar un prólogo es firmar un libro, quedar en él, pasar a la pequeña posteridad. Pero con menos trabajo que el autor. Borges reunió todos sus prólogos en un libro. No sé qué quiero decir con esto pero es un dato. Pero contrástelo, no todos los datos que lee son ciertos. A mi me suena que fue así y si no fue así debería haberlo sido. Yo no sé qué hacen dispersos todos los prólogos de Borges, que serían prólogos fantásticos, en la doble acepción. Y enjundiosos, nutritivos e imaginativos. Una vez me pidieron un prólogo y les mandé un viejo ensayo breve que escribí sobre la «naturaleza del óptimo dependiente de comercio». Me dieron las gracias, señal de que mucha gente no lee los prólogos. Iba a poner que nadie lee los prólogos, pero después cuelgo esta columna en el Facebook y me sale uno diciendo que él sí los lee y ya tienes el muro manchado. La etapa prólogo, dicen en las carreras ciclistas.

Yo solo le he hecho prólogos a mi padre y a muy buenos amigos a los que admiro. Esta frase podría ser de un prólogo. Prologar se conjuga poco. En ocasiones se recurre al famoso para que dé su nombre sin importar lo que escriba. Pones su nombre en la portada y es un gancho para vender. Los ganchos se oxidan a veces. O pinchan.

En las librerías hay tanto gancho que no hay espacio para los clásicos. Todo es nuevo. Esta columna podría ser un prólogo a un ensayo sobre los prólogos. Tal volumen lo leería un friki o un erudito antes de eructar el aperitivo, que es el prólogo de la comida. Sólo los malos prólogos comienzan el último párrafo diciendo «en definitiva». Es como en las noticias o buenos reportajes: no tienen conclusión. Acaban y punto.

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