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Juan Francisco Martín del Castillo

El vicio de desaprender

En torno al coronavirus hay fenómenos que merecen la atención. Uno de ellos es la educación y lo que se ha hecho con ella a lo largo de estos meses. Las autoridades, al igual que en el capítulo sanitario, han sido cogidas por sorpresa y, mal que bien, reaccionado de una manera cuando menos sospechosa. En líneas generales, porque también depende de las decisiones de los responsables autonómicos, la educación ha optado por lo fácil, por reducir la exigencia y los contenidos curriculares. Uno puede entender que, al albur de las circunstancias, se procediera de una determinada forma, pero lo que no acaba de asumir es que muchos de los elementos que han sido fundamentales para la conformación de una respuesta institucional a los efectos de la pandemia se hagan extensivos a la futura educación. Quiero decir que estos elementos, más que atraer calidad a los resultados académicos, sumirán a la educación en una vuelta al pasado.

Erasmo de Rotterdam (1466-1536) es el autor de algunas obras esenciales de la Europa del Renacimiento, como el Elogio de la locura (1511), pero igualmente hay otras, como los Coloquios, que, sin ser tan famosas, son importantes para comprender el pensamiento de este innovador. Uno de esos textos, el que lleva por título “El arte de aprender” (1529), refleja con bastante claridad tanto el fin de la enseñanza como un criterio pedagógico incontestable. Es más, tan identificado se encontraba con la temática que hasta incluso emplea su propio nombre de pila en el diálogo que le sirve de cauce para expresar su sentir sobre el modelo educativo. En pleno período renacentista, y aunque parezca que se habla de otra época, un joven cercano al maestro neerlandés pregunta sobre un supuesto “método” que permitiría “al hombre conocer a fondo, con el menor esfuerzo, todas las bellas artes”. Y Desiderio, el mismo Erasmo no se olvide, responde con un segundo interrogante: “Pero, ¿conoces a alguien que por este método extraordinario haya llegado a ser sabio?”. La nueva y definitiva respuesta no se hace esperar y es un no rotundo. Hasta aquí la reflexión del clásico, la sensatez de un criterio que nadie ponía en duda. O eso era lo que uno creía. Las decisiones de los máximos responsables de Educación, con la ministra al frente, están por negar la reflexión de Erasmo y darle un giro de 180 grados. A partir de los pronunciamientos de los pedagogos de cabecera del gobierno, y siguiendo con el reciente proyecto de ley (LOMLOE), todo apunta a que la ironía del Coloquio del sabio holandés quedará en agua de borrajas. Según las nuevas directrices, la educación tendrá un método para volverlo todo más fácil, haciendo del esfuerzo y la disciplina un mal recuerdo. Pocas veces en la historia uno es testigo directo de la regresión, de la involución más descarada en un sector tan señalado como la educación. Si Erasmo estuviera vivo, en vez de encabezar su breve reflexión con “El arte de aprender”, se vería en la necesidad de modificar el título hacia este otro, “El vicio de desaprender”. Una enorme pena que ni el optimismo antropológico (el buenismo) de los ideólogos de la moderna pedagogía puede aliviar. Así, pues, pensar en el futuro educativo tras la Covid-19 es releer las palabras de Paul Valéry en El cementerio marino, que, por fin, cobran sentido: “el porvenir, aquí, sólo es pereza”.

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