La Provincia - Diario de Las Palmas

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Ánxel Vence

Nos quitan un año de vida

Calcula el Instituto Nacional de Estadística (INE) que este año va a morir gente que no había muerto nunca; pero en mucha mayor cantidad. Este fúnebre ejercicio se cerrará con 51.513 defunciones más que en el pasado 2019, de tal modo que la esperanza de vida de los españoles bajará un año.

Siguen siendo muchos los años que vivimos (83 y seis meses, exactamente), que por algo España es uno de los países con el personal más longevo del mundo. Nos ganan tan solo Japón, con 84; y Suiza, con un par de meses más; pero aun así lo cierto es que el bicho va a reducir en doce meses las expectativas vitales de los bebés nacidos durante la epidemia.

El virus de la corona es un ladrón, dicho sea sin ánimo de señalar a ningún otro coronado. No solo nos ha robado un trimestre de vida normal durante el confinamiento, además de amargárnosla hasta que el Sars-Cov-2 se bata en retirada, vaya usted a saber cuándo. Por si eso fuera poco, acaba de quitarle un año de vida futura a los españoles, si los cálculos de los contables del INE fuesen acertados. Y pensar que Joaquín Sabina se quejaba, viciosamente, de que le hubieran robado el mes de abril.

Es una lástima. Nadie puede demostrar que España sea el país donde mejor se vive; pero sí uno de los lugares del mundo en los que se vive (o vivía) más tiempo. Al menos hasta la irrupción del virus, un estudio de la Universidad de Washington concluía que allá para el año 2040 los españoles serían los más veteranos de entre todos los habitantes de la Tierra.

De aquí a veinte años (pasado mañana, en términos históricos) España superaría a Japón, a Suiza y hasta a Hong Kong, que ahora mismo lideran el ranking de ancianidad del planeta. Para esa fecha, los residentes en este país alcanzaríamos los 86 años de vida. Y las señoras, en particular, algunos más.

Llevábamos camino de ser los campeones de la Liga de los Jubilados hasta que la covid-19 nos situó también en puestos de Champions dentro de la clasificación general de la epidemia. La lógica, si bien indeseable consecuencia es que acaso bajemos algunos puestos en el ranking y dejemos de aspirar al campeonato de longevidad que los investigadores yanquis nos daban ya por adjudicado.

Habría que preguntarse la razón por la que España bate récords de contagios y fallecimientos así en la primera como en la segunda oleada de la pandemia. Achacábamos hasta ahora ese desastre a los hábitos de la gente latina, tan dada al compadreo, a saludarse con besos, a hablar en voz alta y a no guardar las distancias con el prójimo; pero va a ser que no.

Los italianos, que son más del Lacio que nosotros, han logrado contener la expansión del bicho a muy bajos niveles, lo que sin duda tiene mayor mérito si se tiene en cuenta que ese país fue el epicentro europeo de la epidemia durante los aciagos idus de marzo.

Descartada esa hipótesis, algo habrá tenido que ver con la desdichada situación actual la gestión de los diversos gobiernos -incluido el central, naturalmente- ante el descontrolado avance del virus. Quizá haya que reclamarles a ellos el año de vida que, según los que hacen las cuentas del INE, les va a robar el virus a los españoles. Otra cosa es que lo devuelvan, claro está.

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