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Matías Vallés

La tercera oleada del virus

En Estados Unidos ya se ha notificado el choque contra las costas del país de la tercera oleada de la pandemia, que no ha arrancado de cero sino que se ha superpuesto a la segunda. Al examinar con detención los aterradores datos españoles, también se advierte un rebrote dentro del rebrote, consistente con la temporada número tres del coronavirus. La diferencia elemental con los procesos de flujos y reflujos es que ha desaparecido el comportamiento sinusoidal, la sucesión armónica de momentos de efervescencia y placidez. En efecto, la división de la covid en olas puede ser el siguiente tópico a derribar, tras dinamitar la utilidad del confinamiento o la inminencia de una vacuna.

En la España siempre prebélica, Díaz Ayuso denuncia un cierre de Madrid a punta de pistola, pero no ofrece más alternativa que embellecer los datos artificialmente. En la aplicación a rajatabla de la doctrina de confinar a los demás, el Rey y el presidente del Gobierno estaban en Barcelona cuando se clausuró la ciudad en la que residen. Al día siguiente de no personarse en la institución de un estado de alarma, Sánchez se desplazaba a Lisboa con media docena de ministros y el séquito de ordenanza. De haberse cumplido sus reglas, Portugal los hubiera devuelto sin autorizarles a desembarcar por su procedencia madrileña, Pekín no hubiera vacilado un segundo en aplicar esta medida extrema.

La tercera ola está unida en el imaginario semiculto al libro de Alvin Toffler que exaltaba una globalización desideologizada. La tercera oleada de la pandemia supondrá curiosamente la desaparición de la mundialización y también del concepto de oleaje. Quienes suspiraban por una cronificación de la pandemia están a punto de verse satisfechos, aunque de momento la estabilización se registra a unos niveles que resultan insostenibles para la malla sanitaria occidental, porque solo la Asia campeona se tomó la salud en serio.

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