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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Pobres

Europa nos mira con desconfianza, pero aquí seguimos sin darnos cuenta. El catedrático de economía Benito Arruñada lo resumía perfectamente en su columna semanal de Voz Populi: “Nuestro futuro depende de que empecemos a entender lo pobres que somos”. Un país arruinado y una ciudadanía empobrecida: esa es la realidad. Y no somos conscientes porque aún perdura el factor estabilizador que aporta la familia y porque el crédito libre del BCE aspira a equilibrar la moneda única suavizando la pendiente de los ajustes. O, más sencillamente, porque a la Unión no le queda más remedio. Pero la ducha de dinero barato no suple las fallas de competitividad ni soluciona los problemas nacionales; sólo permite ganar tiempo. Desde Europa nos miran con recelo, conscientes de la regresión política que vive nuestro país y de que están alimentando a una jauría de populistas. Somos pobres porque siempre lo hemos sido y también porque hemos decidido serlo, con políticas equivocadas, mala asignación de capital, un sistema educativo hundido y una fractura identitaria que ha reabierto la caja de Pandora de los demonios nacionales. No entendemos lo pobres que somos porque la hiperinflación del crédito ha permitido llevar las finanzas privadas y públicas más allá de sus fronteras naturales y ocultar, bajo una bruma de gasto, que nos sostenemos sobre unos pies de barro.

Sin embargo, ahora empezamos a comprobar que, aun si dispusiéramos de un crédito infinito, las políticas cuentan. Y la idiosincrasia de las naciones también. El optimismo de la recuperación en V ha dado paso al realismo del rebote en forma de K y a España no parece que vaya a corresponderle precisamente la mitad superior de esta letra. Lo que se avecina es una economía arrasada en sus principales sectores –hostelería y restauración, inmobiliaria y banca–, con las empresas cotizadas hundiéndose en bolsa, sin un ecosistema propio de startups ni de I+D y con una deuda que lo corroe todo. Pensar que los 144.000 millones europeos cambiarán este panorama es simplemente una quimera, porque ni las placas solares ni la economía verde dan para reemplazar el veinticinco por ciento de la economía española. ¿Con qué capital humano se iba a hacer? ¿Con qué tejido científico y empresarial?

No entendemos lo pobres que somos porque la hiperinflación del crédito ha permitido llevar las finanzas privadas y públicas más allá de sus fronteras naturales y ocultar, bajo una bruma de gasto, que nos sostenemos sobre unos pies de barro

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Asumir nuestra pobreza es el único punto de arranque posible porque nos sitúa frente a nuestra realidad. La desertización de las tierras erosionadas es un efecto bien conocido. ¿Cuántas de nuestras comunidades autónomas presentan ya a día de hoy un saldo demográfico negativo? ¿Y cuántos países? ¿Qué ocurrió en Detroit tras el colapso de la industria automovilística? ¿Qué puede suceder aquí? Asumir nuestra pobreza supone tener que empezar de nuevo, piedra a piedra, sencillamente porque el mundo sobre el que construimos nuestra pretendida riqueza se ha hundido sin que ni siquiera hayamos llegado a edificar una auténtica prosperidad. Llegamos tarde al progreso, pero no sólo eso. Más que de acicate, Europa nos sirvió de adormidera: ya en los primeros 90, las transferencias comunitarias se destinaban a polideportivos municipales y a paseos marítimos, en lugar de impulsar la industria, el comercio, la investigación o una enseñanza de calidad. Ahora nos consumimos en batallas cainitas. Realmente, no somos conscientes de lo pobre que es nuestro país. Y me temo que despertaremos demasiado tarde.

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