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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El virus nos enseña modales

Ya que no otra cosa de provecho, la actual pandemia podría estar contribuyendo al menos a la mejora de los hábitos de cortesía en España. El virus tiene, en efecto, un fuerte carácter educativo. Para evitar o paliar los contagios se nos recomienda hablar en voz queda, guardar las distancias con el prójimo, renunciar a tocarnos o a cualquier otra forma física de compadreo; y, en general, a respetar la intimidad del vecino.

Más o menos eso es lo que tenían por costumbre hacer, sin necesidad de epidemia, las gentes del norte y centro de Europa; o, por no ir tan lejos, nuestros vecinos portugueses. Es fama que a los españoles se nos detecta por ahí afuera sin más que percibir el volumen de decibelios que arrojamos a la atmósfera al hablar.

Gracias a las precauciones que impone el bicho, nos vamos acostumbrando a no levantar la voz tanto como se hacía de ordinario: siquiera sea para no atiborrar el ambiente de aerosoles eventualmente infecciosos. Mantenemos también la distancia con nuestros interlocutores y, por supuesto, vamos renunciando poco a poco a la costumbre de que las señoras y caballeros se saluden con un par de besos cuando son presentados. Y sobra decir que nos pasamos cada vez menos el brazo sobre el hombro entre colegas.

Si esto dura algún tiempo -cosa no deseable, por otras razones-, hasta es posible que recuperemos los buenos modales que eran de práctica general en España antes de la guerra civil. No es probable que aquí se llegue a abandonar el tuteo generalizado que introdujeron los campechanos chicos de la Falange, a imitación del Fascio de Mussolini; pero en otras cuestiones es seguro que avanzaremos.

Algo ayudaría a mejorar nuestras maneras, desde luego, el que los representantes del pueblo en el Congreso y el Senado dejaran de insultarse e intercambiar gestos groseros durante sus debates en las cámaras; aunque tampoco se puede pedir todo de golpe. Quizá los diputados piensen, un tanto exageradamente, que representarán mejor al español medio dando gritos y reputándose entre ellos de ladrones, vividores, terroristas y gente de mal vivir.

Frente a ese pésimo ejemplo de conducta que ofrecen a menudo los padres y madres de la Patria, el virus de la corona resulta de lo más instructivo. Entre otras cosas, nos ha enseñado a mantener las distancias -que es una forma de respeto- y a hablar en el mismo tono comedido de nuestros restantes vecinos europeos.

El miedo al bicho ha mejorado también los hábitos higiénicos de la población gracias al frecuente lavado de manos que recomiendan los epidemiólogos. Y hasta podría haber fomentado la solidaridad gracias al uso de las mascarillas con las que protegemos de nuestras miasmas al vecino, a la vez que él nos guarda de las suyas.

Todas esas enseñanzas debiera haberlas aportado el sistema de educación pública, que por alguna razón no demuestra la competencia que sería de esperar en este aspecto. Los profesores aducen, no sin razón, que esa tarea corresponde más bien a las familias; y estas retrucan, a su vez, que para algo mandan a los chavales a la escuela.

El coronavirus ha venido a zanjar esa discusión sin más que meterle el susto en el cuerpo a los españoles y al mundo en general. Lo que no consiguieron padres ni docentes lo está obrando ahora la epidemia del covid-19 con sus prevenciones adjuntas frente al toqueteo, el vocerío y el besuqueo indiscriminado. Ganaremos con ello en salud y, ya de paso, en buenos modales. No hay mal que no traiga algún bien.

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