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Observatorio

Sobre hispanidad e hispanismos

Muchas veces las palabras, como otros símbolos, son objeto de indebidas apropiaciones por grupos muy ideologizados que no encuentran otros recursos más transparentes y lingüísticamente menos perversos que el de proveer de connotaciones partidistas voces que en sus orígenes carecían de estos sesgados valores ados a causa de una interesada manipulación. Y como tengo la impresión de que la voz hispanidad ha sufrido este tipo de política instrumentalización que comento, aprovecharé la ocasión para analizar su evolución y explicar otros conceptos lingüísticos aparejados a ella que pueden servir para ilustrar la idea, que muchos no acaban de aceptar, de que una lengua ni es inmutable ni debe estar caracterizada por el casticismo o por la pureza lingüística, antes bien hemos de reconocer (¡más nos vale!) que la lengua está en un proceso constante de cambio y que se renueva con los más diversos aportes, ya sea por la creación de nuevas palabras o por la recepción de extranjerismos: es, por lo tanto, un sistema semiótico cambiante y mestizo, y esta es la mejor prueba de su dinamismo, prueba de que la lengua está viva: solo las lenguas muertas son inmutables y no están expuestas a ningún proceso de “contaminación” externa. ¿Es esto lo que queremos? El purismo léxico, dice Caballero Bonald, remite por lo común al estancamiento de las ideas, “digamos que un purista es un racista en versión lexicológica”.

Así que el español, como todas las lenguas vivas, está conformado por un conjunto de variedades (los dialectos y los sociolectos) que cambian, aunque a veces no lo percibamos, adaptándose a las nuevas realidades, y en este proceso evolutivo se observa cómo se va nutriendo de elementos de la más variada naturaleza lingüística. No es, pues, síntoma de degradación observar, por ejemplo, que el español de México presenta diferencias con respecto al español de Canarias, ni que la –s final de sílaba haya evolucionado en muchas zonas hacia la aspiración, y hasta a su pérdida, o que detectemos que con esto de la pandemia se han introducido un buen número de palabras nuevas y continúen penetrando extranjerismos. Y del mismo modo que nosotros la sentimos, esta influencia foránea también la reciben las otras lenguas; y, si en español se detecta la presencia de un buen número de anglicismos, no son pocas las palabras de nuestra lengua que hoy ostentan toda la legitimidad en la lengua inglesa: fiesta, guerrilla, rancho, mosquito, tortilla y siesta son algunas de las que se encuentran totalmente integradas en ella, voces que desde la perspectiva de aquella lengua se consideran hispanismos. Son anglicismos totalmente incorporados en la nuestra voces como mitin, túnel o cliquear; también los hay que están instalados provisionalmente (casting, jet lag, hobby) y otros cuya presencia no parece plenamente justificada (rider, coworking, smartphone), pues podrían encontrar su perfecto equivalente en español (mensajero o repartidor, cotrabajo y teléfono inteligente, respectivamente).

Palabras de origen inglés en español, de origen español en el inglés, y españolismos que conviven con americanismos son muestras claras del mestizaje y la variación que caracteriza a nuestra lengua

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Concepto este, el de hispanismo, que se complementa con el más novedoso de españolismo, la voz o acepción que desde la perspectiva global del español presenta la peculiaridad de ser específica del español de España; así, apartamento, conducir, cubata, mir o patata son españolismos, ya que no son de uso corriente en áreas del español americano. Y lo que puede parecer una simple curiosidad o precisión lingüísticas es nada menos que el pleno reconocimiento y aceptación de que el español es una lengua rica y diversa en la que, aparte de las muchas palabras comunes a todas sus variedades, que son la mayoría (mesa, luz, amor, madre, felicidad…), existen otras específicas de las distintas modalidades dialectales que lo conforman: americanismos, en general, argentinismos, mexicanismos, venezolanismos, andalucismos, canarismos y, por supuesto, todas aquellas extendidas por el ámbito del español europeo, los españolismos, particularidad que hasta ahora no reconocía el académico diccionario, pues a estos españolismos se les otorgaba la condición de voces de carácter general, dada la preeminencia de la modalidad castellana como modelo único que representaba la norma culta del español; piénsese en la consideración de voz general que se le daba a patata (un claro españolismo) frente a la general papa, de origen quechua, que es la que con ciertos prejuicios de modalidad periférica siempre hemos usado los hablantes canarios.

Palabras de origen inglés en español, de origen español en el inglés, y españolismos que conviven con americanismos son muestras claras del mestizaje y la variación que caracteriza a nuestra lengua, como también ocurre en el seno de las otras lenguas de cultura. Alejémonos, pues, de dogmatismos y adoptemos perspectivas más acordes con la realidad de la lengua y de la cultura.

Este valor que hoy le damos a hispanismo lo tuvo en sus orígenes la voz hispanidad, que luego pasó a designar al conjunto de pueblos que comparten la cultura hispánica, significado que justificaría la existencia de un día para celebrar esta unión cultural si no hubiera sido que el concepto, reinterpretado acertadamente por Miguel de Unamuno, quien asoció la idea de hispanidad a la lengua, se identificara (¿por apropiación?) con una doctrina que constituiría el eje fundamental de cierto pensamiento reaccionario. Se le uniría primero la religión y, más tarde pasaría a ocupar un lugar destacado en el ideario del bando sublevado durante la Guerra Civil, si bien, intelectuales del exilio republicano español (Fernando de los Ríos, Américo Castro) continuarían defendiendo la hispanidad como un valor positivo, destacando el mestizaje como su esencia fundamental. Pero entendida la conmemoración en su sentido primigenio, el 12 de octubre hubiéramos podido celebrar sin complejos el Día de la Hispanidad, para recordar “la mayor de las aventuras en la maravillosa historia de la lengua española ―como escribe Francisco Moreno Fernández―, la de mayor trascendencia humana y cultural: la llegada al continente americano y su consiguiente expansión”, aventura en la que, por cierto, Canarias desempeñó un papel fundamental. La representativa fecha, sin embargo, pasó a ser la celebración del Día de la Raza y renombrada por el franquismo con reconocidas connotaciones ideológicas como Día de la Hispanidad

No es de extrañar, por lo tanto, que la denominación de la celebración fuera tan contestada dentro y fuera de nuestras fronteras. Y quizá por esa razón, en la actualidad, ese 12 de octubre haya quedado en que eufemísticamente y con cierto recato pasara a denominarse Día de la Fiesta Nacional de España. Hemos renunciando así a una celebración de carácter cultural en todo el ámbito hispánico por el hecho comprobado de que un término muy significativo y objetivo haya sido apropiado por ciertas ideologías restringiéndole, unilateralmente, su primigenio valor. Y como creo que no se puede denunciar una apropiación sin que previamente nadie la haya reclamado, parece oportuno proponer que se nos devuelva lo que a todos nos pertenece, españoles y americanos, quienes, al margen de cualquier ideología, nos reconocemos en las voces de Borges, Sábato, García Márquez, Abad Faciolince, Galdós o Rafael Arozarena.

Panhispanismo podría sugerirse como alternativa menos marcada a la por ahora estigmatizada palabra hispanidad, aunque definida ya en los diccionarios como “Movimiento que promueve la unidad y la cooperación entre los países que hablan la lengua española”, propondría desestimarla en el sentido que demandamos de comunidad cultural por las connotaciones pragmáticas y mercantilistas que sin duda la acompañan.

Bien podríamos recuperar la idea de hispanidad como un ámbito cultural sustentado en nuestra lengua, pues con ella no se heredó solo una forma de comunicación sino todo el legado espiritual que contienen sus palabras, símbolos en los que todos hemos depositado nuestras experiencias individuales y colectivas. Concebida, además, esta hispanidad desde una perspectiva sincrónica, transversal y pluricéntrica, que es como, con mayor rigor científico, desde la moderna ciencia del lenguaje se observa y se analiza la lengua, liberada de las ataduras del castellanocentrismo y de las imposiciones de instituciones que no terminan de representar por igual a todas sus modalidades.

Es posible que así podríamos celebrar en Ciudad de México, Caracas, Bueno Aires o Madrid, no con marciales desfiles militares sino con poéticas marchas triunfales rubenianas, que más de 500 millones de personas compartimos un patrimonio de extraordinaria riqueza, que Unamuno cantó de manera magistral en su soneto La Lengua: “La sangre de mi espíritu es mi lengua / y mi patria es allí donde resuene / soberano su verbo, que no amengua / su voz por mucho que ambos mundos llene. […]”

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