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Susana Martín Gijón

El alcalde pirata

En el 2020 y coincidiendo con el confinamiento, muchos lectores han accedido por primera vez a plataformas de descarga ilegal de libros, de forma que en este año la cifra de “piratas” en el sector literario ha aumentado significativamente, al contrario que en contenidos musicales o audiovisuales, donde ha habido un ligero descenso.

Mientras que el mundo del libro, igual que otros ámbitos culturales, se volcaba para generar contenidos que pudieran aliviar el aislamiento forzado, muchos lectores se hacían con sus obras sin pasar por caja. Pero sabemos que esto no es nuevo. En España, por cada libro vendido se consumen tres pirateados. Estas cifras hablan de una realidad pavorosa: el 75% de los libros leídos son robados. Y lo que es aún peor, hay una legitimidad social inconcebible en otras áreas profesionales.

Esto lo asumí en un encuentro con lectores hace ya tiempo. El alcalde de la localidad que lo acogía vino a acompañarnos unos minutos. Ya saben, esas charlas preliminares, qué importante es la cultura, cuánto nos preocupamos por ella, si me disculpan tengo que irme a otro acto. Comenzó su discurso excusándose por no haber leído el libro que se presentaba. La sorpresa habría sido lo contario. Pero lo realmente llamativo fue su justificación: había buscado la obra en webs de descarga y no la había encontrado. Ahí sí quedé epatada. El tipo estaba admitiendo delante de toda la concurrencia que él solo leía libros robados. Lo de comprarlos, al parecer, no entraba en sus planes. Menos mal que no todos pensaban como él, o no habría vendido una escoba. Bueno, escobas igual sí, quizá tendría que cambiar yo de sector. Pelusa siempre habrá por todas partes.

De esa moral laxa no se libran ni los propios creadores. Hace unos meses, en uno de los pocos festivales literarios que la pandemia nos ha dado respiro para celebrar, estaba comiendo con un grupo de escritores. Un colega elogiaba una serie con tanto ardor, que otro, espoleado por la curiosidad, le preguntó en qué plataforma estaba disponible. La respuesta del primero fue de lo más natural. “Ah, no sé, yo me las descargo”. Resultó que quien le interpelaba era guionista, con lo cual le tocaba, además de las narices, el bolsillo. De modo que le espetó un “y te atreves a decirlo en un foro como este, donde todos vivimos de lo que creamos”. Qué poco me faltó para aplaudir. Pues sí. Escritores que ponen el grito en el cielo cuando ven su libro usurpado después no se cortan a la hora de hacer lo propio con una serie o una película.

Quizá el término “pirata” no esté bien escogido para nombrar este fraude de proporciones descomunales. Tiene incorporado un halo romántico que ya nos recordaba Sabina: con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo. Entre todas las vidas posibles, él escogía la de ese viejo truhán que nos transporta a aventuras épicas y héroes rebeldes, desde el mítico Sir Francis Drake —no apto para patriotas de los de rojigualda en la mascarilla y el balcón—, a los ficticios Long John Silver o Jack Sparrow. O, que en esto también había mujeres, las valientes y muy reales Bonny y Read.

No estaría de más recordar lo obvio, que la descarga ilegal es un robo, y que nos atañe a todos. Porque no solo pierden los artistas, desalentados con la falta de retribución por su trabajo, sino el conjunto de la sociedad. Nunca podremos gozar de las obras que no se escribirán, no se rodarán o no se interpretarán por aquellos que dejaron de crear ante una perspectiva ruinosa. Pero si, como a mi amigo el guionista, lo que más nos duele es nuestro bolsillo, echemos un ojo a las cifras: en el último año, las arcas públicas dejaron de recibir a causa de la piratería cerca de setecientos millones de euros en concepto de impuestos y Seguridad Social. Y ahora que hemos visto cómo se evaporaban más de medio millón de puestos de trabajo, tampoco sobra este dato: en un escenario sin piratería, en España tendríamos alrededor de ciento veinte mil empleos más. Solo en el sector del libro, pensemos en las diferentes partes de la cadena de las que viven tantas familias: creación, edición, corrección y maquetación, diseño, traducción, imprenta, distribución, librerías, agencias literarias, gestorías culturales o incluso las bibliotecas. Porque si el libro no se escribe, el resto tampoco existe.

En fin, no traigamos más pesimismo a escena. Tal y como está el mundo, la mejor opción parece evadirse, y qué mejor forma que con un libro. Pero no seamos como el alcalde. Leamos legal.

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