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Javier Durán

La ejemplaridad en la distancia

La ejemplaridad es un cero patatero en este país. Habría que expurgar con deleite de pastelero el acervo político para encontrar cargos que presentaron su dimisión cercados por la indignación social, si bien ellos siempre consideraron que fueron víctimas de una anécdota elevada a escandalera.

Justo es decir que algo se ha evolucionado, y que el verbo dimitir se empieza a conjugar con más agilidad, aunque a remolque de la presión periodística continuada. Estar por encima del bien y del mal, navegar sobre el mar de nubes, provoca que el ministro de Sanidad y máximos representantes de la oposición (PP y Cs) vayan a un sarao de pedrojota en el Casino de Madrid. Lo de menos es quiénes eran los homenajeados, y lo de más es que el toque de queda por la pandemia estaba acabado de salir del horno.

La organización asegura que se cumplían todas las normas de aforo, pero no es suficiente. Illa, que nos echa broncas todas las semanas por no atender las restricciones por la Covid-19, reconoció que no es momento para gestos grandilocuentes, cenas, premios, metopas, diplomas o bandas de honor. Desde la tribuna del Congreso, el miembro del Consejo de Ministros entonó su mea culpa particular por la metedura de pata de asistir al acto de homenaje a los militares, una precoz forma de reconocimiento dado que la campaña de extinción y control de la pandemia, a efectos de contraataque, no está ni en su hora más óptima. Pero allá ellos.

En descargo de su indisciplina ética -los límites normativos no se ultrajaron- está el reconocimiento de que a los españoles, metidos en el fango hasta la nuez del gaznate, cada vez les resulta más cargante aceptar y digerir que el político no haga lo que se le exige al resto de los mortales. El gobbeliano Rufián le sacó la foto de un desahucio como contraste, fechoría populista más grave que la falta de ejemplaridad y un clásico del afán del diputado por estar en la política espectáculo. El licenciado en Filosofía que es el ministro consideró que una reflexión en voz alta en el Parlamento era más que suficiente para acabar con el ruido.

Contó que no se quedó a la típica cena de sabor anodino con el telón de fondo del recuento de contagiados y el desmoronamiento de la economía. Y dejó en el aire purificado del hemiciclo -es un suponer- una especie de eslogan para la ciudadanía, algo parecido al sobado “menos es más” de Mies van der Rohe: “La mejor distancia es no estar”, una leyenda hasta para llevar en la camiseta.

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