El pacto tácito entre el PSOE y Vox dio arranque a la moción de censura. En política a menudo lo que se ve no es la realidad, puesto que los verdaderos intereses permanecen ocultos bajo toneladas de propaganda. A la izquierda –y al nacionalismo– les interesa exacerbar el peso de un populismo de derechas que divida a sus adversarios. Cuanto más Vox, menos bipartidismo y menos centralidad para una alternativa liberal o moderadamente conservadora. Asimismo, Vox sólo puede crecer a costa de la liquidación por derribo de los populares, algo con lo que ya soñó en su momento Rivera y su candidatura ciudadana. Por supuesto, el pacto entre adversarios no tiene por qué estar escrito –ni siquiera hablado– para ser efectivo, si confluyen los intereses en una misma dirección. El pluralismo resulta incompatible con la polarización, que es hacia donde nos dirigimos desde hace años. El choque –y la bronca identitaria– cohesionan los grupos sociales y, por tanto, impulsan el voto de los extremos, aun a costa de laminar el prestigio de las instituciones y debilitar el sistema inmune de la sociedad.
