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Daniel Capó

El pacto tácito

El pacto tácito entre el PSOE y Vox dio arranque a la moción de censura. En política a menudo lo que se ve no es la realidad, puesto que los verdaderos intereses permanecen ocultos bajo toneladas de propaganda. A la izquierda –y al nacionalismo– les interesa exacerbar el peso de un populismo de derechas que divida a sus adversarios. Cuanto más Vox, menos bipartidismo y menos centralidad para una alternativa liberal o moderadamente conservadora. Asimismo, Vox sólo puede crecer a costa de la liquidación por derribo de los populares, algo con lo que ya soñó en su momento Rivera y su candidatura ciudadana. Por supuesto, el pacto entre adversarios no tiene por qué estar escrito –ni siquiera hablado– para ser efectivo, si confluyen los intereses en una misma dirección. El pluralismo resulta incompatible con la polarización, que es hacia donde nos dirigimos desde hace años. El choque –y la bronca identitaria– cohesionan los grupos sociales y, por tanto, impulsan el voto de los extremos, aun a costa de laminar el prestigio de las instituciones y debilitar el sistema inmune de la sociedad.

El pacto tácito consiste precisamente en polarizar, porque responde a una dinámica en la que ganan unos y otros; y perder, lo que se dice perder, sólo lo hacen Cs y PP. La estrategia de la moción pasaba por reforzar a Abascal y dinamitar aún más a Casado, cuyo papel como líder de la oposición quedaría en entredicho. Un Partido Popular haciendo seguidismo de Vox equivalía a sellar su fin. No porque ambas formaciones no compartan un cierto imaginario común –el de la defensa de la familia, por ejemplo–, sino porque sus respectivos lenguajes reflejan realidades diferentes. Que Casado optara en la moción por marcar un territorio propio sorprendió a propios y extraños, pero así logró el único triunfo real de estos dos días: recordar que la derecha sólo ha obtenido el poder ampliando sus bases hacia el centro y, por tanto, adoptando un tono y unas políticas de corte democristiano y liberal. Dicho de otro modo: el discurso de Casado fue el del pluralismo y no el de los antagonismos populistas. Le queda ahora, por supuesto, un largo camino por recorrer.

Le queda conformar un equipo, un proyecto y un programa. Le queda atraer a esa mayoría de votantes que se sienten incómodos en la confrontación y buscan los consensos posibles. Le queda evitar una guerra civil en la derecha –lo cual no es descartable, ni mucho menos– que de nuevo imposibilitaría cualquier alternancia de gobierno. Y sobre todo le queda conseguir un retorno a la centralidad que implique a los populares, pero también a los otros grandes partidos del país, especialmente al PSOE.

Porque nada hay más urgente que el retorno al 78 de los dos partidos centrales, con sus peculiares matices y con las lecciones aprendidas por los importantes errores cometidos hasta ahora. Lo cual significa apartar las diferencias, seleccionar bien a los dirigentes y llegar –de forma ideal– a un acuerdo amplio y generoso que permita mirar hacia el futuro con firmeza pero sin ira, con temor pero sin desesperanza, con pluralidad pero sin antagonismos ciegos, y con una visión de país que integre en la diferencia y no alimente a los propagadores del fuego.

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