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Reflexión

Elecciones después de Halloween

El sábado pasado se celebró un Halloween especialmente tétrico: las mascarillas darán paso a las máscaras de brujas, monstruos y zombis, y habrá que ver si la gente tiene humor para bromas cuando ahora el virus puede convertirnos en vampiros o zombis sin saberlo. Parece una broma de mal gusto que las elecciones norteamericanas sean solo tres días después. Recordando la Pesadilla antes de Navidad, de Tim Burton, esperemos no despertar a una pesadilla después de Halloween y con unas aún más amargas Navidades por delante.

Recuerdo mi enorme estupefacción al levantarme la mañana de un jueves de hace cuatro años y desayunar con las imágenes de un Donald Trump triunfante, que se convertía en presidente aunque Hillary Clinton hubiera cosechado tres millones de votos más que él. El magnate que se presentaba como un hombre hecho a sí mismo (en realidad beneficiario de una enorme herencia y de sus artimañas para evadir impuestos) supo capitalizar la frustración de una clase media-baja blanca harta de ver que, al contrario que a sus padres, su estatus no le viene ya garantizado por lo que es (ciudadano blanco del país más poderoso del mundo) sino por lo que haga, compitiendo con vecinos y países hasta entonces subalternos.

Todo sea dicho, la presidencia de Trump no ha sido tan mala como muchos preveíamos. No ha iniciado ninguna guerra, lo cual tratándose de un presidente yanqui tiene su mérito. El infierno está empedrado de buenas intenciones y, en cambio, las intenciones egoístas a veces dejan en paz a los demás. El otro refrán que aquí encaja es el de perro ladrador, poco mordedor. Hemos temido bombazos americanos a Corea del Norte o Irán. Al final, por suerte, nada de eso, e incluso retirada de tropas de Alemania (bien hecho, no pintaban nada allí, por más que a algunos taberneros alemanes les haya chafado el negocio). La cruz de la moneda es que sin el ejemplo de Trump no hubiera surgido toda esa pléyade de dictadorcillos con ínfulas, desde Duterte en Filipinas a Bolsonaro en Brasil, desde Erdogan creyéndose un nuevo sultán a la derecha boliviana dando un golpe de estado.

Hace poco vi el impactante documental The Act of Killing (título original: Carnicero), donde se entrevista a los verdugos que entre 1965 y 1966 torturaron y asesinaron en Indonesia a más de medio millón de personas a las que acusaban de simpatizar con el comunismo. Los veteranos paramilitares, orgullosos de sus masacres (aunque alguno reconocía tener pesadillas) contaban cómo, al llevar a cabo sus sórdidas tareas, intentaban imitar a los tipos duros del cine de Hollywood, desde John Wayne a las películas de gángsters. En ese país tan lejano puede verse el papel que Estados Unidos sigue teniendo en el mundo: pronto, China lo superará como potencia económica, pero EEUU seguirá siendo la superficie de proyección (excesiva, exagerada) de los sueños de la mayoría de la humanidad. Las series españolas, francesas o rusas, se crean para el mercado nacional. Friends o cualquier comedia americana hace reír a los rusos tanto como a los mexicanos. Hoy, el que era el país de las oportunidades y las sonrisas, aparece como un país bronco, polarizado y temeroso.

Otro recuerdo más antiguo: la primera victoria de Obama, otro día de noviembre, en 2008. Recuerdo cómo incluso algún amigo habitualmente antiamericano mostraba su admiración por ese país, reconociendo que podía ser también capaz de lo mejor, de superar su racismo secular y aupar a la presidencia a un político que suscitó una oleada progresista en todo el mundo, de Latinoamérica al mundo árabe. Hoy, con Joe Biden, no estamos en esas, sino en minimizar daños. Esperemos que, recordando el microrrelato de Monterroso, cuando despertemos el miércoles, el dinosaurio no siga estando allí.

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