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Francisco Sosa Wagner

Aplausos y abucheos

Se habla mucho de la “batalla de las ideas” que deben entablar los partidos políticos para modernizar España, una apelación que suena a la batalla de Stalingrado o a las Navas de Tolosa. Pienso –con la circunspección que el asunto reclama– que, si hablamos de ideas, hemos de recurrir, en esta coyuntura de la posverdad disruptiva, al mercado y al mercader que cuentan con una larga tradición y una experiencia secular.

Porque, en las últimas sesiones de Cortes, se ha visto, a la puerta del Congreso, en vez de un carrito con helados, uno que expende aplausos de la misma forma que el castañero ofrece sus castañas: en cucuruchos y a tanto por unidad.

Aplausos y abucheos

Aplausos y abucheos

–¿El señor diputado está servido con veinte aplausos y diez abucheos?

–No, quiero sesenta.

–Entonces, son cinco euros. Pero si se lleva cien entre aplausos y abucheos le cobro seis euros. Vale la pena.

–Que sean los cien, a mí nadie me va a callar.

Y el diputado se va tan satisfecho, pavoneándose a la entrada del hemicirco como un pavo navideño.

Ahora bien, el que más envidia causa en las diferentes bancadas es el diputado que tiene una idea, solo una pero para él solo y que no compartiría ni con el jefe del partido. Porque su buen dinerito le ha costado.

Es este un privilegio de los diputados ricos que se permiten el lujo de comprar las ideas en establecimientos gourmet al tiempo que seleccionan buenas añadas.

–Tengo una idea para la reforma de los globos de colores –le dice un vendedor solícito en el departamento exclusivo de “ideas e identidades regionales para idiotas”.

El diputado que es menos rico o más tacaño espera a las temporadas de rebajas que hay siempre en los grandes almacenes.

–Pack especial: dos ideas y una identidad regional –se lee en los letreros luminosos.

Hay también la semana de oro donde proporcionan ideas para la reforma de la legislación de buñuelos de viento por precios que son de ganga. Así es fácil desempeñar un papel lucido en la Comisión de Majaderías que preside el influencer más de moda.

Y luego está, desde hace poco, el blac friday, que hace furor porque la verdad es que ofrece bicocas. Se convierte uno en Ortega y Gasset por cuatro perras.

Lo más caro de todo es comprar un buen prejuicio o un dogma. Como se sabe, estos –el prejuicio y el dogma– nacen en el momento en que una idea es raptada por la sinrazón.

Cuando el asunto se pone feo es al convocarse elecciones y abrirse la pugna por los votos de los ciudadanos / as. Y ello porque entonces las ideas se ponen por las nubes al existir especuladores de ideas, acaparadores tan malignos que ponen al borde de la ruina a quienes tienen que abastecerse de ellas para airearlas en los mítines. Tanto es así que se ha propuesto la creación de silos de almacenamiento de ideas donde se puedan proveer los más pobres en las etapas de carestía. A mí no me parece descabellada la idea.

Todo sea por evitar el espectáculo de esos diputados que van pidiendo una idea por el amor de Dios en las puertas de los templos. O el lacerante de quienes tienen que pedir la idea prestada para un par de debates pagando unos intereses abusivos. O el de ese lastimoso indigente que se ve en la extrema necesidad de plagiar ideas ajenas.

La ley debe amparar, y con valentía, a estos menesterosos.

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