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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Separar la paja del trigo

La pandemia ha venido a trastocar nuestra vida. No solo por tenernos encerrados en casa o con toque de queda sino a nivel laboral o académico nos ha obligado a ponernos las pilas en nuevas aplicaciones que quizá antes no usáramos de forma asidua. Las generaciones digitales lo hemos tenido más fácil, quizá ya nos venía implícito en nuestro ADN y adaptarnos a plataformas de videollamadas como Zoom, Team o Webex fuese pan comido. Sin embargo, a las generaciones analógicas esto les ha venido un poco grande. Sin ir más lejos, mi marido, que es muy listo para unas cosas pero muy torpe para las nuevas tecnologías, mientras escuchaba un audio iba contestando oralmente. Tuve que explicarle que no podía oírle, que para contestar debía mandar un audio él, que eso no funcionaba como una llamada tradicional. Le costó adaptarse pero ahora le parece mucho más rápido y cómodo comunicarse así que a través de un WhatsApp escrito. El despiste de mi marido fue un mal menor al lado de lo que me motivó para escribir este artículo. Si en un audio metes la pata y se lo envías a otra persona, solo te ves comprometido con el destinatario del mensaje que puede ser respetuoso, aceptar las disculpas y guardarte el secreto, o airearlo. Pero en cierta medida, lo único que queda expuesto es tu voz. Ahora bien, si en el descanso de una videollamada laboral te olvidas de apagar la cámara y el micrófono y conectas con otra videollamada en la que te da por sacarte el pito y masturbarte, se ven comprometidos más factores aparte de tu voz o el contenido del mensaje. Esto fue lo que le ocurrió a Jeffrey Toobien, periodista de la CNN y del New Yorker, además de escritor y analista político. Este señor de sesenta años, analógico por naturaleza, olvidó apagar la cámara y el micro mientras hacía un descanso de una reunión laboral a través de Zoom y atendió a otra videollamada de índole sexual. Sus compañeros fueron testigos de la parte más privada e íntima de su colega. Toobien, que no supo separar la paja del trigo, ni tampoco aguantarse el deseo, ha sido despedido y ha tenido que pedir disculpas a su familia, a sus compañeros y a las empresas para las que trabajaba por su descuido. Yo espero que el virus no haya venido para quedarse pero temo que el teletrabajo sí que se hará un hueco en nuestras vidas y es imprescindible recordar la importancia de aprender a usar bien las aplicaciones audiovisuales.

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