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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

No gritar

Los expertos exigen algo difícil de cumplir en esta época: no gritar. Entre los tantos y tantos vericuetos científicos alrededor de la pandemia, oigo el consejo de que lo mejor es no levantar voz en el transporte público para evitar los aerosoles. Pedirle a un español que no grite resulta una misión a veces imposible. En un restaurante de un país nórdico, la mesa española suele estar representada por el tono que alcanzan las conversaciones, aunque sea sobre el pinchazo de una rueda o la temperatura del café, cuestiones nada trascendentales ni salvíficas. Ya no digamos con la política: una reunión donde se dilucida, por ejemplo, sobre la tala o no de los árboles de la plaza pública puede ser tóxica en un doble sentido. Primero, porque se entra en una especie de exaltación colectiva a grito pelado, y segundo, porque uno puede pillarse un coronavirus del tamaño de una ballena. Uno de los aspectos que más se valora en este país, en lo que se refiere a la condición humana, es la rareza de la persona que se explica sin levantar la voz, sin exhibir aspavientos y sin soltar por la caverna oral un leve escupitajo. Estos méritos suelen dejar al personal sumido en una laxitud que raya el zen. También es verdad que crece la ola del grito, que cada vez hay más individuos a los que la adrenalina se le dispara con los berridos de un personaje al estilo Donald Trump, que lanzara un aullido (no el de Allen Gingsber) en el momento en que le comuniquen que es un perdedor, un maldito perdedor que se ha quedado sin la Presidencia de los EEUU. Lo mejor es no estar cerca de sus fauces emisoras para no recibir un torrente de aerosoles plagados de las bacterias más malignas que se diversifican en el bosque de la vida. Los científicos llaman a la contención como parte del confinamiento o del toque de queda. La guagua debe ser igual a una tumba que se desplaza silenciosa por la ciudad, de la misma manera que lo hacen unos monjes budistas que inician la jornada con sus rezos. Aunque también se desvela, más al extremo del molesto murmullo, el silencio, como la canción 4’ 33’’ de John Cage, simplemente levantar la tapa del piano y quedarse inmóvil frente a cientos y cientos de personas. O vamos a desquitarnos gracias a la oportunidad diabólica de una pandemia: no grites, no grites, no grites... No se puede gritar, no se puede gritar, no se puede gritar... Lo cierto es que nos acercamos a velocidad de crucero a sensaciones jamás vividos, como cuando a Newton le cayó la manzana.

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