La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antivíricos

José Manuel Marrero Henríquez

La nueva gestualidad

Se le ocurre al embozado forzoso emparejar la llamada nueva normalidad con la nueva gestualidad. Porque, se pregunta, ¿acaso la nueva normalidad no trae aparejada una nueva gestualidad? Llevar mascarilla no sólo obliga a modificar la gesticulación facial sino también a interpretar con renovada atención el espacio que se concentra alrededor de los ojos, pues es en el contorno de los ojos donde se puede ver algo de la cara del interlocutor. Antes la cara completa era el lugar de lectura de los gestos faciales, hoy el rostro se ha tapado parcialmente con mascarilla y sólo los ojos y sus inmediatos alrededores quedan a la vista.

La nueva gestualidad transfiere la responsabilidad que antes tenía la cara en su totalidad a lugares específicos de ella. Ahora es crucial la significación de una arruga que se marca en las patas de gallo, de un cerrar de ojos, de un abrir de ojos, de un parpadeo, ahora cobra un valor especial el estiramiento y el encogimiento de la piel de la frente, fruncir el ceño, elevar la nariz o mover una oreja. Esos elementos del cuerpo han adquirido gran relevancia en la expresión gestual al mismo tiempo que la importancia de los elementos concentrados alrededor de la boca han entrado en declive.

Desde que el Covid 19 puso la mascarilla en la cara, la lectura de los gestos se ha especializado en interpretar los signos faciales de nuevas zonas de interés. A nadie se le escapa lo que sucede por encima de la nariz y de las cejas y los gestos que allí se realizan tienen sus nuevos lectores altamente cualificados. No obstante, hay que señalar que la mascarilla también ha abierto para la boca y sus alrededores un abanico de posibilidades gestuales antes impensadas: los movimientos que el hablante puede hacer debajo de la mascarilla y que se hacen precisamente porque se sabe que el interlocutor no los va a ver.

Estos nuevos gestos antes no se hacían porque estaban a la vista y denotaban mala educación y bajos modales. Por ejemplo, a nadie en su sano juicio se le ocurría en medio de una conversación escudriñar con la lengua y con insistencia los lugares recónditos de la boca en los que podría quedar un molesto resto de comida. O bostezar abiertamente y sin recato. Tampoco a nadie se le ocurría poner boca de fastidio o de reconvención en respuesta a un argumento que se considerase tonto o a una charla que se sintiera aburrida. Esos gestos bucales eran sustituidos por frases pensadas pero nunca dichas: “¡qué pesadez de argumento!” “¡qué ineptitud!” “¡vaya plasta de conversación!”. Ahora esas frases silenciosas que sólo se pensaban se han convertido en gestos que se pueden hacer porque quedan ocultos bajo la mascarilla.

Si alguien dice estupideces uno puede tranquilamente poner boca de fastidio sin que el otro la vea y se sienta ofendido, si alguien se pone pesado uno puede resoplar con boca de impaciencia, si alguien mastica con la boca abierta uno puede levantar un labio en gesto de asco, si alguien resulta especialmente atractivo uno puede poner boquita de piñón o de cordero degollado. Incluso uno puede musitar bajo la mascarilla un insulto sin que nadie se entere. Y más. Uno puede hasta sacar la lengua y hacer infantil burla a quien habla con exceso de autoridad y soberbia. Las posibilidades son muchas, si no infinitas.

Ahora puede uno hacer comentarios como aquéllos reservados a la figura del gracioso en la comedia del Siglo de Oro, comentarios en los que el actor se dirige al público en voz alta y se refiere a la obra en que participa como si los demás personajes no lo escucharan y él no formara parte del espectáculo, comentarios que servían también de decorado verbal para resolver las carencias de escenografía del corral de comedias (“¡por allí vienen cuatro mil soldados!”). Por ejemplo, ahora, ante la estulticia del interlocutor uno puede decir bajo la mascarilla “¡menudo pelma!” o si alguien dice un disparate uno puede censurarlo diciéndole “¡machista!” o “¡racista!” o “¡eres un impresentable!”. Puede uno tranquilamente decirle al otro que se vaya a hacer puñetas. Eso sí, hay que tener mucho cuidado, porque a veces sale uno a la calle y se olvida de la mascarilla.

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