Viendo con interés y de una sentada la serie La Veneno compruebo que la casualidad ha querido que al mismo tiempo se estrenara en Las Palmas de Gran Canaria un musical sobre la vida de Paco España, pionero del transformismo en nuestro país y personaje que se puso la vida por montera y cautivó hasta a la misma Lola Flores y de paso le plantó cara al franquismo. Años duros para los que tenían el descaro y la desfachatez de Paco, mucho más. La serie es el mejor alegato sobre quienes han elegido una opción sexual respetando y pidiendo respeto. La serie que lo cambió todo, dice el reclamo publicitario, de La Veneno y es cierto. Si todo no, mucho sí. Es fácil meterse de cabeza en la serie y más fácil asociar algunos de los escenarios en los que Los Javis, inspiradores y conductores del éxito, con algunos rincones de nuestra ciudad en los noventa en los que el submundo que vimos en Veneno recordaba las zonas de nuestra ciudad más castigada por la prostitución y la droga. Por haber pateado durante diez o doce años las zonas marginales de nuestra ciudad como Martin Freire, Altavista, El Confital o La Ladera de San Juan donde habitó una de las leyendas del narcotráfico urbano. El Guaca. Ya es triste que un barrio de gente trabajadora tenga de vecino a un laja como “El Guaca” al que he visto dos veces sentado en el banquillo de los acusados con una peña de amigos y mujeres que besaban por donde pasaba el afamado delincuente.

Nada, me lio y al final no cuento lo que quiero contar, la escena en la que la silueta de la espectacular Veneno sale de la oscuridad buscando clientes en una zona descampada de Madrid, arrimándose a los coches cuyos conductores contrataban sus servicios a precio de saldo. Y así amanecía el día.

Hasta que se apagó la luz.