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Observatorio

La dictadura del miedo

El que teme es un esclavo”. Lo dijo Séneca, que seguramente renegaría de la inteligencia humana si viviera lo que estamos viviendo hoy en este país. Y es el resumen de nuestro presente: todos asustados por un virus irreductible, aceptando en silencio todo lo que nos dicen, secuestrados, con un poder absoluto sobre nuestras vidas desgobernándonos… y con un país que alcanza los niveles más bajos de democracia desde 1975.

Hay una imagen palmaria de esta dictadura del miedo: el Congreso debate la propuesta para condenarnos a seis meses de estado de alarma y el Presidente, no sólo no habla, ni siquiera se queda al debate. Escucha a su estrambótico ministro de Sanidad y sale huyendo del Congreso. No le importa la opinión de la España que no piensa como él y desprecia a todo el país con un comportamiento que ninguna buena democracia europea toleraría. Es la cruda imagen de la nueva normalidad, con media España obnubilada y esclava de los fervores mesiánicos (que su secta no olvide la reflexión de Churchill: “La dictadura es la devoción fetichista por un hombre”) de un personaje que ha entronizado la mentira como único argumento político. Y una reflexión en la línea del populismo que sufrimos: si el Congreso aprueba no controlar al Gobierno en seis meses, ¿por qué los congresistas no renuncian a su sueldo ya que no van a hacer su trabajo?

Estos seis meses son un golpe de Estado silencioso; esta medida es, además de irracional, anticonstitucional, porque evita el control parlamentario sobre el Ejecutivo. Lo dice gente tan solvente como Manuel Aragón, catedrático de Derecho Constitucional y magistrado emérito del Tribunal Constitucional, o Francisco Sosa Wagner (“En fin, lo que alarma en el decreto de alarma es la imprevisión, la inconcreción y, por ende, la incorrección constitucional”), o Ramón Punset o, incluso, el hasta ahora siempre favorable Francisco Bastida… Este estado de alarma monumental es una incongruencia democrática y su escenificación y estructuración es un golpe de Estado a la sensatez y a la razón porque aquí, contrariamente a lo que hacen los grandes estados europeos, el Gobierno no renuncia al poder, pero sí a la responsabilidad de ejercerlo transfiriendo las decisiones a unas comunidades autónomas que, constitucionalmente, nunca deberían decidir sobre los derechos fundamentales de sus ciudadanos.

En marzo y abril, Pedro Sánchez nos expropió la hora del Telediario para asumir todo el poder y toda la responsabilidad; en julio nos dijo que la batalla estaba ganada; y ahora nos dice que estamos peor que nunca y que vuelve a tomar seis meses todo el poder, pero que la responsabilidad sobre el “bicho” es de las autonomías. ¿De Barbón, por ejemplo? Un presidente que no puede tener tiempo para pensar en los problemas viendo las horas que gasta en sus tuits y que rebosa miedo por todos sus poros a la hora de tomar decisiones de verdadero líder para salvar económicamente a este país.

Y el argumento que sustenta toda esta mentira es que no hay otra forma de afrontar la pandemia. Una mentira más de este socialismo que, como decía Honoré de Balzac, “presume de juventud, pero es un viejo parricida. Él es quien ha matado siempre a su madre, la República, y a la libertad, su hermana”. Porque sí que hay otra alternativa: Alemania, 83 millones de habitantes; 10.000 muertes. España, 47 millones de habitantes, 35.000 (sólo los oficiales) muertos. Alemania: toma medidas sanitarias, presupuestarias y democráticas (su parlamento sigue controlando al Gobierno) ante la nueva ola, protegiendo su capacidad de actividad económica; España, toma medidas incrementando el nivel de subsidios y evitando todo control del Congreso.

Sin duda, el más culpable es Sánchez, que aplica con fervor revolucionario la máxima de Orwell: “El objetivo del poder es el poder”; pero la culpa es compartida. ¿Cómo puede el PP abstenerse ante este ataque a la estabilidad democrática del país? Casado ganó la censura que Vox presentó contra él a través de Pedro Sánchez, pero no ha sabido responder a este nuevo ensueño dictatorial del presidente. Si su propuesta es inconstitucional, no cabe la abstención, sólo vale el no. Y el recurso ante el Tribunal Constitucional y en Europa (¡qué suerte tenemos de que, al final, Europa acabe con todas las ensoñaciones –la próxima, su presupuesto– de este personaje!). Es cierto que es difícil hacer oposición contra un gobierno que tiene maniatados a los medios de comunicación, pero también lo es que resulta insultante que sean Sánchez o Adriana Lastra quienes digan si eres facha o no en función de si estás en sintonía o no con ellos. Ante la huida hacia la nada de Ciudadanos, el PP debería asumir su responsabilidad histórica de defensa del orden constitucional. Y debería hacerlo sin complejos, con valentía, con convicción. Un país acojonado necesita alternativas valientes. El virus de nuestras congojas está ahí y tendremos que lidiar con él, mal o bien, sufriendo y hasta muriendo, pero el país tiene que seguir adelante, con democracia, con actividad económica, con ideas, con ilusiones y, sobre todo, con esperanza, que es la antítesis de ese concepto leninista tan casposo que entiende que la libertad es “un bien tan precioso que debe ser racionado cuidadosamente”.

Albert Camus escribió que “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”. Y esa es hoy nuestra revolución pendiente: tener la valentía de decir, defender y reivindicar, sin complejos, renunciando a nada y a todo, que este país no puede, no debe y no admite perder un ápice de la democracia que nuestros abuelos y padres consiguieron en la Transición. Al virus lo ganaremos con una vacuna y con muchos funerales. Pero los funerales de nuestras libertades ya los hemos pasado y no podemos permitir que vuelva la dictadura de miedo.

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