La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lucas López

Dios es negra

En 1983, Alice Walker, escritora afroamericana, recibe el Pulitzer por la obra de ficción “El color púrpura”. Nos traslada a comienzos del siglo XX, al mundo rural de Georgia (EE.UU.), tras la esclavitud. Presenta la historia de Celie, una jovencita negra que ha quedado embarazada de su padre. Todo el libro está compuesto por cartas. Casi la primera mitad de las mismas está encabezada así: “Dear God” (Querido Dios). Poco a poco, Celie se desmarca de un Dios masculino y blanco. Las cartas empiezan a dirigirse a su hermana. Pero, a medida que su vida avanza, redescubre a un Dios que habita todo, que no es macho ni amo, entonces la carta se dirige a quien es Todo en todas las cosas.

Cuando Walker escribe su novela (pasada al cine de la mano de Steven Spielberg), el feminismo cristiano afroamericano ha acuñado un lema: “Dios es negra”. Pedro Guerra cantaba, a comienzos del siglo, a Dios con unos versos que comienzan así: “Alguien lo vio en el bolsillo de la nigeriana que, embarazada, atravesó el estrecho”. En buena medida, la teología de la segunda mitad del siglo XX, parte de la experiencia de opresión y muerte en la que tantas personas viven.

James Cone nació en 1938, en una muy pequeña localidad (Bearden, Arkansas), que en la actualidad cuenta con menos de novecientas personas y que estaba sometida entonces al segregacionismo racial. En sus memorias de 2018 cuenta que Alice y James Boyak, que le animaron a continuar sus estudios en la universidad, fueron las primeras personas blancas que lo trataron con dignidad. Él ya había cumplido los 20 años. Durante su vida comprobará que muy pocas personas blancas de su entorno lo tratan con el respeto que vivió con aquella pareja. Así que sus estudios teológicos quedaron marcados por su propia experiencia vital.

Por entonces, el mundo católico latinoamericano, tras el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín, palpita en torno a lo que pronto será la teología de la liberación. Cone publica en 1969 “Teología negra y poder negro”. Han pasado solo cinco años desde la promulgación de la Ley de derechos civiles por el presidente Johnson y apenas un año desde el asesinato en Memphis del pastor Martin L. King. Al poco, en 1970, mientras Gustavo Gutiérrez trabaja en su “Teología de la Liberación” (1971), Cone publica “Teología negra de la liberación”: Dios no es daltónico, no es indiferente a los colores, como no es indiferente ante la injusticia, la opresión o la pobreza. La teología negra, en palabras de Cone: «... cree que todos los hombres han sido creados para la libertad, y que Dios está siempre de parte de los oprimidos y contra los opresores».

Con la “Teología negra de la liberación”, Cone propone una reflexión que reniega del puro academicismo y que mira la realidad concreta, la historia concreta de la comunidad que hace teología. En buena medida, hace lo mismo que los primeros autores cristianos, como los de los Evangelios, que contaron la historia de Jesús para la comunidad en la que vivían con una experiencia diferente a la de otros grupos cristianos. Cone, desde el esquema de tradición luterana, entiende que la teología se hace desde la Escritura, pero él aterriza en la historia y la situación de su comunidad (una historia de opresión) y propone una clave de interpretación: el Cristo negro.

El cristianismo arraigó en la comunidad esclavizada de mano de sus propios amos. Pero cuando las familias afroamericanas asumen esa fe, lo hacen progresivamente desde su vivencia religiosa, enraizada en África, y en su experiencia de esclavitud, segregación y lucha. Los denominados “espirituales” negros, algunos alegres y esperanzados, otros llenos de una tristeza semejante a la de Cristo crucificado, reflejan una espiritualidad que, con el tiempo, cuaja en una teología propia.

Por eso, al mirar a Jesús, Cone recupera la expresión “Jesús es negro” puesta en circulación por el pastor Cleage (que la creía literal) y la dota de un fuerte sentido simbólico: Jesús oprimido está de parte de la gente oprimida de todos los tiempos. Más adelante, en “El Dios de los oprimidos” (1975), Cone hace su síntesis: la comunidad negra encuentra en el Cristo negro la fe que le da fuerzas para afrontar su liberación, para resistir a tanto dominio y daño producido por la sociedad blanca.

Pero, ¿y las mujeres? Alice Walker generó el término “mujerismo” para entender la peculiaridad negra frente al feminismo anglosajón. Mientras el segundo reflejaba el ascenso progresivo de las mujeres de la burguesía privilegiada, el primero (“womanist”) suponía la doble lucha de las mujeres negras por su liberación. En teología, eso cuajó en la expresión “Dios es negra”.

En los años que viví en Almería, dedicado a la parroquia de Los Almendros (barrio mayoritariamente gitano), me impresionaba mucho la condición de las jóvenes gitanas, muy listas, muy hábiles, pero muy sometidas a una cultura que desde mi perspectiva me parecía extremadamente machista. Tuve la suerte de acompañar un día al Instituto de Bachillerato a la primera joven gitana que se matriculaba en ese nivel. Recuerdo que cuando dio su apellido, la secretaria que anotaba la miró y dijo: “Pero ese es un apellido gitano, ¿verdad?” La chiquilla asintió y dijo con orgullo: “Es que soy gitana”. Treinta años después, el verano de la Covid, tuve la suerte de participar en una ceremonia telemática de graduación presidida por la ministra Celaá. Participaba medio centenar de jóvenes, ellos y ellas, vinculados a la Fundación Secretariado Gitano. Viendo la labor realizada por esta fundación y Radio ECCA, no pude disimular la emoción pensando en Lola Cortés Utrera, así se llamaba aquella joven estudiante de Los Almendros, en Almería. Aquellos años viví el regalo de acompañar a muchas personas heroicas, capaces de vivir con intensidad y de tomarse muy en serio una fe que les ponía frente a un crucificado y a una madre que lloraba al lado, junto a la cruz, sin poder hacer otra cosa que acompañar. Desde entonces, Dios es gitana (crucificada, resucitada).

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