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El dulce encanto de lo prohibido

Prohibido. Esa es una de las palabras que más saborean los técnicos de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria. Siembran a destajo carteles de “Prohibido entrar en este espacio natural”, “Prohibido alimentar a los peces y pescar”, “Prohibido...” Hasta llegar al absurdo de advertir, hasta hace poco, con “Prohibido cazar” en la Charca de Maspalomas. Y alguien le dio una vuelta de tuerca y añadió con spray un “se”. Así que al final podía leerse “Prohibido cazarse”. Terminaron por retirarlo.

El dulce encanto de lo prohibido es algo que los técnicos medioambientales parecen tener interiorizado. Palmeral de Maspalomas. Era un espacio limpio y agradable donde la gente lo disfrutaba. Familias enteras acudían los fines de semana a almorzar y pasar el día de forma relajada a la sombrita. Muchas veces acompañados de timple y guitarra. Una estampa casi idílica hace ya unos cuantos años. Hasta que llegó su expulsión por Medio Ambiente ¿Motivo? Que había riesgo de fuego o que cayeran palmeras secas sobre los usuarios. Prohibido entrar.

Colocaron una valla alrededor del palmeral para impedir la entrada pública, pero dejaron, eso sí, una puerta privada para que pudieran pasar exclusivamente los clientes del Grand hotel Residencia de Theo Gerlach. Hoy el palmeral se encuentra en un estado lamentable y desolado por falta de limpieza y cuidado ambiental.

Dunas de Maspalomas. Bajo el mandato del anterior presidente del Cabildo, José Miguel Bravo de Laguna, los técnicos de Medio Ambiente idearon acotar una serie de áreas internas. Plantaron una hilera de palos, como los postes del teléfono, de metro y medio aproximadamente de altura y con una base de cemento. Los enterraron en la arena, espaciados cada tres o cuatro metros, en diferentes puntos de las dunas. Y muchos carteles con “Prohibido entrar”. La iniciativa le costó al Cabildo casi 200.000 euros. A los pocos meses, el viento había desdibujado parte del trazado y muchos de los palos quedaron patas arriba, mostrando a lo largo de las dunas las bases de cemento armado.

Con la llegada de Antonio Morales a la presidencia del Cabildo, los mismos técnicos medioambientales volvieron a la carga. Una vez más tiraron del presupuesto público para trazar una serie de caminos a lo largo de las dunas. Nuevos palos. Nuevas señales. Nuevos costes. Nuevas prohibiciones. Señalizaron con un enorme cartel, a la entrada de la Charca, las rutas que habían trazado. Al poco tiempo desapareció.

Y en esto llegó el Covid 19 y el confinamiento ciudadano. Nueva oportunidad para esos técnicos que tratan de eludir su responsabilidad pública derivándola al político de turno. Lo primero que hicieron fue anunciar que las Dunas de Maspalomas, debido a la exclusión del tránsito humano durante esos meses, se habían recuperado al mismo nivel de hace 50 años. Falso. La Universidad de Las Palmas de Gran Canaria se encargó de desmentirlo. A pesar de todo, los técnicos medioambientales tuvieron la ocurrencia de poner a dos guardas con su jeep 4x4 en las dunas para espantar a los pocos turistas que pasan para ir a la playa o a aquellas parejas que van a darse un desahogo sexual, con el aplauso de los grupos políticos más rancios.

¿Qué será lo próximo? Un muro de cemento alrededor de las dunas para impedir el paso humano, como quería Trump en su frontera. Quizás parezca un disparate. Pero miren lo que ha hecho Medio Ambiente con el parque Tony Gallardo. Cerraron todo ese bello entorno con unos pilares de cemento de más de dos metros y los pintaron de color negro. Ahora parece más una cárcel que un espacio verde.

¿En qué momento los técnicos de Medio Ambiente del Cabildo perdieron el sentido común y la sensatez? Es difícil saberlo, pero quizás tenga algo que ver con la desproporcionada cuota de poder y recursos que les han ido poniendo en sus manos. También los sucesivos presidentes del Cabildo deberían asumir su cuota de responsabilidad por no atajar tanto despropósito. Y es que parecen no entender que son precisamente los ciudadanos los principales defensores de la naturaleza, los que más miman los entornos naturales, aunque siempre habrá alguna excepción.

Pero el ciudadano no es el enemigo, como creen los técnicos ambientales de la Corporación insular.sé!

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