La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antonio Perdomo Betancor

Animales inteligentes

El “octopus vulgaris” (o el pulpo común) ya no es lo que era en la gastronomía británica desde que unas décadas atrás no se puede cocinar, freír, asar, trinchar, tampoco hervir como hierven los belgas sus famosísimos mejillones. No al menos desde que en Reino Unido un comité de bioética lo declarase mediante ley una especie o subespecie protegida. No me pregunten en qué se diferencia esta subespecie de otras, que lo digan los biólogos marinos y zoólogos, ellos sabrán hasta del último detalle.

El caso es que, una vez queda revelado un acontecimiento como, por ejemplo, el de que este cefalópodo destaca en lo que se denomina la sintiencia animal, por su inteligencia, que siente el sufrimiento de un modo que semeja el modo humano de sufrimiento que lo clasifica dentro en un rango de animales como los mamíferos y aves también protegidos, en un escalón superior, por ahora, al resto de animales no humanos, divulgada dicha epifanía “orbi et orbi” de este molusco, en efecto, hipotéticamente puede pensarse que altera la conciencia humana como en tantas otras ocasiones ha ocurrido, la estima respecto a esta criatura por ese mismo señalamiento bioético crece al tiempo que sufre una transformación, una transfiguración que lo aproxima al reino de ciertas cualidades humanas, en ese tránsito ha dejado de ser lo que hasta entonces era para integrarse en un espacio valorativo por cuanto la sociedad en general, por efecto de esa misma ley, enfatiza su reciente estrenada condición como un fenómeno a distinguir y en consecuencia alienta a la sociedad a cumplir con su deber moral u obligación creada. Compartirá con los delfines, verbi gratia, y otras criaturas el beneplácito de un estatuto distinto al de sus colegas animales, distinguido, la sociedad sonreirá por sus gracias y despliegues deportivos, por su entendimiento. Y si fuera el caso que esta ley disgustase al octópodo, al menos en teoría, podría evitar el suplicio de morir hervido del mismo modo que sus colegas marinos los mejillones. Me importa ahora señalar el efecto que produce en la mente humana el impacto de ese conocimiento. Este nuevo estatuto de especie o subespecie protegida en Gran Bretaña le confiere una égida, un escudo protector, y la no menos cuasi camaradería humana, aquella que brota cuando se comparte cierta unidad, incluso si precaria, pero que no zanja razonadamente por qué el pulpo común y no otros de su especie.

Quiero subrayar que la mirada sobre los mismos objetos que se nos representan en la mente no siempre aparecen históricamente con el mismo valor moral, es evidente que estos octópodos han estado aquí desde que el mundo es mundo, a nuestro alcance, a nuestro servicio, no obstante, en el presente reciben una reasignación señalada por el entendimiento. Esta dotación de valor que se le confiere al animal, aun siendo la misma realidad objetual, idéntica a sí misma, sin embargo, al ser contemplada por la mirada humana desprende desde ese instante un carisma. Así que las cosas están en un proceso dinámico respecto a la atención que sobre ellas le proyecta el hombre, y la relación del hombre con la exterioridad cuando se dan las circunstancias, puede alterarse, a veces, dramáticamente. Puede decirse que la realidad no lo es en la conciencia, cuyo dinamismo proviene de esa misma conciencia previamente informada, tal es así que aquello que se llama progreso se fundamenta en cómo se vuelve a mirar la realidad, de donde se deduce que el progreso científico, social, económico, en suma, el contenido del progreso proviene de una conciencia que apresa lo previo inaprehensible. Esa descripción es lo que permite que el “octopus vulgaris” ya no sea una simple criatura innominada axiológicamente, sino que es una criatura que comparte ciertas semejanzas con lo humano, y que mediante dichas semejanzas produce una nueva relación, y por ello mismo se le ha asignado un estatuto de dignidad existencial, que lo es por causa de sus propias dotaciones, con lo que el mundo humano se crea y se expande fagocitando la realidad adscribiéndola a su naturaleza. Pero dilema básico respecto a los animales inteligentes consiste en saber si saben que son inteligentes o simplemente lo son sin saberlo y por tanto es como si no lo fueran desde el punto de vista existencial.

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