La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

Depresión social

El CIS ha hecho su encuesta sobre las consecuencias del coronavirus (antes del anuncio de la vacuna de Pfizer) y los resultados son demoledores, por no decir que escalofriantes. Un 58% ha vivido bajo a la ansiedad de creer que en algún momento había contraído el coronavirus, una obsesión que hizo que otros tantos pidiesen la ayuda de un psicólogo para salir o calmar el trastorno.

La tardanza en afrontar la enfermedad y las decisiones contradictorias le pasan factura al Gobierno nacional, locales y autonómicos, con porcentajes alarmantes de desafección que alcanzan también a los medios de comunicación. Un rechazo a la gestión que desmantela la teoría de que “nadie podía estar preparado para esto”, monserga que trata de evadir la autocrítica y la responsabilidad final del gobernante. Muchos de los encuestados, más de la mitad, creen que su vida con la Covid-19 se ha empantanado en lo laboral y personal, pero consideran que el máximo culpable de ello es el político encargado de tomar las decisiones sociosanitarias y no el propio azar. Alto también es el número de personas que han perdido a uno de sus mayores, con lo que han podido vivir de cerca el descontrol de las residencias de ancianos y sentir el dolor ante un mundo deshumanizado que había sido cubierto con el tupido velo de la privatización.

La conexión entre la depresión social y el voto constituye un laberinto de difícil explicación. ¿Cómo se va a traducir este descontento? ¿Posibilitará la vacuna un perdón? Podría aumentar la abstención, pero también las opciones radicales, tanto a la izquierda como a la derecha. Por ahora, la pandemia ha provocado un rodamiento, un enfado contra la política, una especie de colapso al constatar la ciudadanía que las personas a las que votaron no son capaces de sacarles del atolladero de la enfermedad. La esperanza es que el panorama se revierta con la vacuna, puesto que no es buena consejera la visceralidad. Y por supuesto, detrás de estos porcentajes de decaimiento está la combinación entre el coronavirus y la crispación política, un binomio extravagante, pero digerible por la anaconda que a veces es España, que ha puesto en evidencia la amoralidad frente a los pacientes y una sociedad atemorizada, aparte de remarcar la imposibilidad vital de llegar a acuerdos. Esta encuesta del CIS, vendrán otras, nos empieza a situar ante un nuevo ciudadano al que sería aventurado aplicarle alguna etiqueta. Como mucho, enigmático e imprevisible.

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