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Juan Francisco Martín del Castillo

Los 14 y una más

Parecen haber abierto los ojos definitivamente tras años de humillaciones. “Cuando llegas a casa y lo único que te hacen sentir es que no vales nada”. A grandes rasgos, este fue el pecado original que provocó la rebelión de los 14. Desde aquel instante, las cosas cambiaron para siempre. Hubo un antes y un después, porque la reconciliación ya era imposible. En el interior del grupo se compartía la triste sensación de que “cuando se necesitaban besos, abrazos y conversaciones”, se producía todo lo contrario. El desacuerdo era más que notorio entre la Señora y los miembros de la facción, apartados con ignominia de la militancia del partido en Canarias.

Aunque dé esa impresión, no habla el hijo de la Pantoja, sino los integrantes de una formación política. Un culebrón que, lejos de menguar o apaciguarse, mantiene expectante a la opinión pública. Los dedos se me hacen huéspedes sólo de pensar en el ambiente que reinaba en esos círculos de Dios, perdón, de la Hoz y el Martillo, donde la concordia, el compañerismo y la solidaridad corrían como el agua por un río. Un río que, como el amor, se ha secado de tanto usarlo. En las noticias, se lee que la Señora ponía a los suyos con aviesa arbitrariedad, saltándose las primarias del partido y armando bulla en ese mar de calma que es la feligresía del partido de los salvadores de la patria, una patria en la que ni siquiera creen. Gruesas palabras han salido de las bocas de los 14, pero hay una, sectarismo, que, viniendo de donde viene y sobre todo por quien la pronuncia, resultaría hasta cómica si no fuera porque se trata de una denuncia presentada en los juzgados. Es una pena que las gentes de base, en su mayor parte militantes reconocidos, sufran en sus carnes el poder sectario de los que se autodefinen como representantes de los de abajo, evidenciando la incoherencia doctrinal de los miembros de la formación, con especial señalamiento de los dirigentes. No por largamente sabido, deja de impresionar el impacto del totalitarismo, la ausencia de libertades y la cruel hipocresía de un partido que venía, según se decía, a salvar a los de siempre de las garras de los de arriba. Los 14 se han enterado de la peor manera posible de que este eslogan, aparte de maniqueo, era radicalmente falso, al menos, en las manos de la Señora. Me hago cargo de sus deseos más íntimos en busca de la perdida libertad. Ojalá la hubieran encontrado antes, cuando todavía estaban a tiempo de evitar el duro golpe del sectarismo cesarista. La libertad nunca defrauda a sus partidarios, estén donde estén, así residan en el mismo infierno leninista.

Lo sucedido en Podemos no es más que el enésimo capítulo de un largo serial. Recuerden que de los fundadores apenas queda uno, el mismo que se ha encargado de hacer desaparecer al resto de la foto oficial como en las peores épocas del comunismo soviético. La flecha del tiempo señala inequívocamente un destino, el de la completa consunción, pero, mientras llega, todos los efectos posibles del totalitarismo han salido a relucir. Mal que les pese, porque sé de buena tinta que algunos entraron en la formación con ilusión y esperanza de cambiar las cosas, la historia se vuelve a repetir. Marx, una vez más, tenía santa razón al corregir al mismísimo Hegel en el primer capítulo de El 18 brumario de Luis Bonaparte: “La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

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