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Joaquín Rábago

Papel vegetal

Joaquín Rábago

El peligro de un narcisista patológico acosado

Quedan ya menos de dos meses para que Donald Trump abandone la Casa Blanca y ceda su sillón del Despacho Oval a quien le venció con claridad, aunque no con la rotundidad que esperábamos muchos, en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, pero nadie sabe en este momento qué es lo que trama ahora ese narcisista patológico no acostumbrado a perder.

Su sobrina, la psicóloga Mary L. Trump, autora de un libro muy revelador sobre su personalidad titulado Siempre demasiado y nunca suficiente, espera lo peor: “Si ve que se hunde, es capaz de arrastrarnos a todos consigo”. Uno no puede evitar, al leer esas declaraciones, la imagen del bíblico Sansón derribando, presa de la ira, las columnas del templo. De hecho, ya ha hecho tambalearse algunas de las instituciones más sagradas del país.

Con absoluto desprecio de los resultados electorales, que dan a su rival como ganador no sólo del voto popular sino también de los votos del Colegio Electoral, que son los que allí finalmente cuentan, el equipo de incondicionales de que ha sabido rodearse, con el fiscal general, William Barr, en cabeza, prepara ya la transición a un supuesto segundo mandato del Donald mientras deniega el acceso a todo tipo de documentos a los demócratas.

Su intención es sembrar continuamente dudas sobre la legitimidad del triunfo del demócrata Joe Biden, obligar al recuento de votos en algunos Estados y pelear los resultados ante los tribunales de apelaciones hasta llegar el Supremo, donde dispone también de una mayoría conservadora gracias a sus últimos nombramientos y en la que parece confiar para que dé la vuelta al resultado electoral.

Mientras tanto, genio y figura, Trump sigue despidiendo a quienquiera ose criticarle o ponga en tela de juicio sus decisiones. Actúa como si la Casa Blanca fuera el plató de televisión donde, gracias a su programa de telerrealidad El aprendiz, el político más ignorante de la historia de EEUU alcanzó fama nacional, lo que le facilitaría luego, en un país en el que la política es ante todo espectáculo, la llegada a la presidencia.

Habría en cualquier caso mucho que decir del sistema electoral de un país que se precia de dar lecciones de democracia a todo el mundo sin admitir a cambio ninguna, empezando por ese Colegio Electoral diseñado por los llamados “padres de la Constitución”, muchos de ellos adinerados esclavistas, con el fin de poner las mayores trabas posibles al voto de la mayoría.

¿Qué decir, por ejemplo, del hecho de que un Estado con una población de 40 millones como California esté representado en el Senado sólo con dos senadores mientras que otros veintidós Estados, en su mayoría agrarios y poco poblados, que suman entre ellos 37 millones de habitantes, envíen hasta 44 senadores – también dos por cada uno- a esa cámara tan decisiva que el partido que disponga allí de la mayoría puede dificultar extraordinariamente la labor de un presidente del partido contrario?

¿Y qué decir también del hecho de que Puerto Rico, que sigue teniendo la categoría de Estado libre asociado, pero cuyo censo supera al de una veintena de Estados de la Unión, no pueda enviar a nadie al Congreso, como es también el caso del distrito federal de Washington, donde los demócratas son mayoría.

James Madison, uno de los llamados “padres de la Constitución” y cuarto presidente de Estados Unidos, escribió en su día que el Gobierno debía “proteger a la minoría opulenta de la mayoría” y que “las comunidades democráticas sin control” estaban siempre sometidas al “torbellino y las debilidades de las pasiones desaforadas”. Más que de “democracia”, habría que hablar en el caso de EEUU de “plutocracia”. Una plutocracia sostenida por dos partidos.

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