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Francisco Sosa Wagner

Educación: gozoso horizonte

Por fin se ha logrado el gran avance en la enseñanza: el profesor podrá suspender pero, si lo hace, será a sabiendas de que su juicio negativo para nada sirve porque el muchacho/a pasará el curso sin dificultad.

¿Por qué suspendía un profesor? Yo lo he sido y he de reconocerlo: siempre por un complejo de superioridad respecto al pobre alumno y también por cabezonería, por pretender que ese joven indefenso supiera una porción de asuntos superfluos.

Lo mejor del nuevo hallazgo es que erradica aquella pedantería que propiciaban las notas diferenciadas, desde el suspenso hasta la matrícula de honor, creadoras de esos aires de suficiencia que gastaban los afortunados frente al pobre que arrastraba su desventura. Un mundo de afectación, de empaque y de pose exterminado de un plumazo por una ministra bien orientada. No es extraño porque ella misma experimenta a diario avances apreciables: si, al principio del ejercicio de su alta encomienda se expresaba con lamentables balbuceos, ahora cultiva formas de la oratoria, rudimentarias ciertamente, pero que tienen el aspecto de acabar convertidas en piezas discursivas florecientes.

Y lo mismo ha ocurrido con la supresión del español en los estudios. De nuevo la arrogancia, de nuevo la altivez presuntuosa: ¿para qué necesita enseñarse una lengua que hablan cientos de millones de ciudadanos? La protección y el mimo son necesarios para aquellas lenguas que no cuentan con ese privilegio, al fin y al cabo fruto de una injusticia histórica.

Además, que el español está bien protegido lo demuestra la elegancia y el refinamiento con que se cultiva en las publicaciones oficiales.

Veamos un ejemplo: sabrá el lector/a que el mando supremo ha advertido el peligro que nos acecha: la “desinformación” causada por la perversa labor llevada a cabo por periódicos, radios y demás. Ya era hora de que alguien se acordara de este desamparo en que vivimos. Pues bien, para conjurarlo se ha aprobado el “procedimiento de actuación contra la desinformación” y es en la Orden ministerial que lo acoge donde podemos leer lo siguiente:

“La Comisión permanente contra la desinformación se establece con objeto asegurar (sic) la coordinación interministerial a nivel operacional en el ámbito de la desinformación. Será coordinada por la Secretaria de Estado de la Comunicación y presidida de forma ordinaria por el Director del Departamento de Seguridad Nacional que a su vez ejercerá las funciones de Secretaría”.

Cuando se logra esta prosa llena de belleza, de sutileza, prosa con destellos de festín aromático, alojada además en un sitio inusual, a saber, la oquedad desabrida de un Boletín oficial ¿para qué se necesita amparar una lengua como el español y enseñarla en las escuelas mareando a unos pobres niños/niñas?

Parecidas esperanzas suscita la reforma de la educación universitaria. De nuevo se acusa al responsable ministerial tan solo de lucir camisetas estrafalarias y de aventar despropósitos. Olvidan esas gentes aviesas, cuyos derroteros ideológicos nos maliciamos, que por fin se ha creado en Madrid la “cátedra de Transformación Social Competitiva” que “surge como demanda de la sociedad para que la labor de las empresas no sea solo una maximización de las cuentas de resultado sino que busque el incremento del estado de bienestar”. Una cátedra que será vivero para “crear líderes alternativos, resetear el capitalismo, y hacer convivir la multicanalidad con la segmentación”, única forma de “empoderar al cliente”.

La ocupará –según se ha difundido– la esposa del actual presidente del Gobierno de España. Conseguida tras reñidas oposiciones.

Una poltrona académica que expresa el triunfo gozoso de lo “trans”: la transformación de una estupidez en una cátedra.

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